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¿Por qué animarse a ser diferente?

¿Por qué animarse a ser diferente? ¿Por qué no quedarnos en la comodidad de lo que hacen todos? ¿Para qué correr el riesgo?

Esta y otras preguntas nos pueden ayudar a plantear un tema que no pasa nunca de moda y está más vigente que nunca. Hay mucho dando vueltas por ahí sobre el tema, como es de esperar, pero el sólo hecho de vivir experiencias donde a las claras brilla la ignorancia y el miedo sobre la aceptación hacia lo diferente me da pié para escribir al respecto y contar desde mi experiencia actual mi visión particular. Cada cual es dueño de tener la suya, lo que pretendo no es contar mis experiencias sino que, quien lea esto, se atreva a plantearse seriamente los interrogantes abordados.

En mi caso podría extenderme contando un sinnúmeo de experiencias ya desde pequeño en las cuales puede verse una extraña predisposición a ir en contra de la manada y a mantenerme, equivocado o no, en lo que creía mejor por entonces. En vez de ello, prefiero utilizar un hecho que, por ser más reciente, arrojará más luz al respecto. 
Todo comenzó con una decisión personal sobre mi alimentación, a partir de una persona que conocí que era vegetariana. Estando yo de visita de unos parientes para las fiestas, plantearon el tema de cómo esta persona no sólo mantenía este régimen particular sino que había involucrado a su hija adolescente. Por supuesto, esto era una aberración y la niña se veía muy delgada, según comentaban, y eso se debía a que ya no consumía carne. Claro está, ninguna de las dos estaba presente, así que les debe haber ardido bastante las orejas. En fin, la cuestión es que cuando me tocó opinar sólo agregué que no me parecía bien involucrar a la niña de esa manera, pero que cada uno puede comer lo que le plazca. No estaba ni de lejos convencido que una dieta así pudiera aportar algo positivo. Sin embargo, como esta persona demostró ser abierta al diálogo me cayó muy bien y al cabo de unos días tuve la oportunidad de ver in situ cómo era su vida y dialogar más a fondo. Particularmente, había conseguido contactar otra persona que le preparaba viandas de las más diversas y las cuales pude probar: resultaron muy deliciosas. También fui a un restorán vegano en el cual probé platos muy deliciosos y nutritivos. De esa manera, mi percepción hacia los alimentos de este tipo mejoró notablemente y, ya en casa, decidí probarlo. Como con cualquier dieta, teniendo los cuidados mínimos siempre se puede volver a nuestra dieta normal. Por supuesto, me dediqué a consultar diversas fuentes, tanto a favor como en contra. Incluso consulté con una nutricionista (algo que recomiendo) pero me dí cuenta que no se especializaba en alimentación vegetariana, así que tuve que desistir pues tenía menos idea que yo de qué comidas incluir en la dieta.
Los primeros diez días fueron horrorosos, pues me iba por el inodoro. Al cabo de la segunda semana, mi organismo empezó a estabilizarse. Descubrí mi primer error: en el afán de concentrarme en las nuevas recetas que debía incluir, descuidé las pastas y el arroz, mis fuentes principales de carbohidratos. Al incluirlos nuevamente, junto con las legumbres, logré balancear adecuadamente mi dieta incluyendo además nueces, almendras y frutos secos (desde hace muchos años consumo aceite de oliva o puro de girasol y hasta probé aceite de canola, los cuales consumo siempre en frío). Al cabo del primer mes, me sentía como si no hubiese alterado en nada mi dieta.
El problema allí fue otro: en el interín había bajado de peso y perdido forma, con lo cual me decidí a retomar el gimnasio. Aquí cometí un segundo error: no preví que el desgaste inmediato causado por la actividad física debía ser acompañado por un mayor consumo de alimentos, y que en mi caso eso no se da rápido sino paulatinamente, con lo cual en unos días perdí mucho peso. Allí me propuse encarar el problema con la seriedad que merece y comencé una rutina especial de entrenamiento a la par de aumentar las calorías en mi dieta, con lo cual, tras varios meses logré recuperar mi peso habitual pero con un mayor estado físico.
En medio de esto, tanto familiares, amistades y allegados se fueron enterando de mi decisión, esto debido mayormente al invitarme u organizar alguna comida en común que por mis palabras. Siempre encaré el tema con la mejor predisposición, incluso aclarando que no había realizado otro cambio más que el de no comer carne y que no pretendía influenciar a nadie a que siguiera mis pasos. Sin embargo, grande fue mi sorpresa al verme cuestionado y hasta atacado de las más diversas formas. La mayoría quería convencerme a toda costa que estaba en una equivocación, o que era una tontería (no precisamente con estas palabras tan suaves) o dándome a entender que un poco más y me habían lavado el cerebro.
En fin, ninguno de éstos supo esgrimir argumento sólido alguno sobre por qué debía comer carne, y tampoco nadie pudo darme una fuente fidedigna en la cual basaran lo que me decían. Con lo cual puedo aseverar que están basados en sus propios prejuicios y los de quienes los rodean. Pero, fiel a mi estilo, me puse a reflexionar el por qué de esta reacción tan violenta en la mayoría de los casos (no me extrañaría que los pocos que no la tuvieron simplemente la reprimieron, pero voy a darles el beneficio de la duda) frente a un hecho por lo demás mundano como es el de la alimentación. 
Lo primero que noté fue el tremendo pavor que les causó a algunos el enterarse de mi decisión, ese temor a lo desconocido, a lo fuera de lo común o, peor aún, fuera de lo normal (hoy en día tremendamente retrógrado, pues díganme cuál es la norma a la cual se debería uno ajustar) que inmediatamente lo pude asociar a lo que experimentan quienes confiesan su homosexualidad (justo ayer alguien me preguntó si no me estaba "volviendo gay") o hacer de su vida algo diferente a lo esperado por la familia, por mencionar dos ejemplos que rápidamente se vienen a mi mente. También me dan la idea que, al igual que los creyentes, temen descubrir que algún aspecto de la vida que llevan (en este caso, la comida) esté equivocado o simplemente parece que les recuerda que existe una forma más sana de vivir, esto último incluso sin necesidad de ser vegetariano. En verdad, qué les causa esto no puedo asegurarlo, pero de algo sí puedo estar totalmente seguro y por eso me decidí a escribir: les molesta.

¿Qué les puede incomodar, molestar o incluso irritar tanto sobre este tema?


Pues simplemente no toleran el hecho de que uno que contaban "entre los suyos" sea diferente. Por eso puse el ejemplo de quien confiesa una homosexualidad o quien se decide a tomar otro rumbo en su vida distinto al que sus padres querían. En todos los casos, alguien se está apartando de la "manada", del "rebaño". Precisamente, este comportamiento de sumisión a lo establecido por una entidad superior, llámese familia, grupo de pares, movimiento político, sociedad, dios o el que se prefiera parece generarles tal estado. 

¿Por qué temer a lo diferente?

Porque no lo podemos aceptar. De aceptarlo, estamos contrariando a esa entidad superior, la cual nos dice que no debe existir, y por lo tanto, corremos el riesgo de alejarnos de quienes no lo hacen, es decir, de la manada. De hacerlo, nos quedaríamos afuera, nos quedaríamos solos, y eso nos da tanto miedo, tanta angustia en el fondo, que no lo podemos aceptar. Al parecer, tenemos un gigantezco miedo a la soledad.

¿Por qué temerle a la soledad?

Porque si nos quedamos solos nos las tendremos que arreglar solos, eso es muy incómodo comparado con la opción de seguir la manada, que siempre me dice qué debo hacer. Y tenemos miedo de no poder hacerlo bien. Este miedo no es infundado, porque si no podemos siquiera estar solos, difícilmente podamos arreglárnoslas. Sin embargo, a veces la vida nos tiene preparadas sorpresas que nos obligan a encarar solos una situación, como cuando se pierde un ser querido que sea más o menos un referente en tu vida. En mi caso, me tocó perder no a uno sino a varios, y puedo decir que de la dolorosa experiencia se puede salir fortalecido solamente si asumimos las cosas como son; no cuando escondemos la basura bajo la alfombra y pateamos para adelante tal decisión. Conozco mucha gente que hace esto último y es un desperdicio, realmente con esa actitud no hacen más que seguirse golpeando e infligiéndose dolor, e incluso a veces a los demás. De esto también hablo por experiencia, lamentablemente no todos encaramos de la mejor manera estos hechos.

Es cierto que muchas veces la sociedad e incluso tu círculo íntimo puede pasarte facturas al animarte a ser diferente, pero también es cierto que, por otro lado, trae aparejados muchos cambios positivos en tu persona. Si uno se atreve a reflexionar, más allá de lo que piense la mayoría, comienza a formarse un criterio propio, el cual te permite evaluar y resolver situaciones por tu propia cuenta que, de seguir los cánones preestablecidos, te hubieran conducido a una nueva frustración.
También te conectas con tu ser más íntimo y empiezas a conocer características tuyas que desconocías. No es cierto que siempre necesitamos la mirada externa para ver cómo somos: nadie podrá jamás conocernos más que nosotros mismos. ¿Acaso no sería una pena pasar una vida sin saber quién somos realmente, o mejor aún, quiénes podemos ser? Estamos muy habituados a creer que nuestras características son fijas e inamovibles y que por lo tanto somos de determinada manera. Es cierto que hay un núcleo, por así decirlo, que será muy difícil de alterar y dentro del cual existen características que nos definen y las cuales nos agraden, pero la gran mayoría no es más que una gigantezca construcción en nuestra cabeza llevada a cabo durante todos estos años de vida. Lo interesante es que no se trata de una construcción que corra riesgo de derrumbe con sólo tocar unas piezas, en realidad esto es tan factible como una ilusión. Ahora, nadie dice que sea fácil alterar aquello que detestamos de nosotros mismos, pero si seguimos haciendo siempre lo mismo, si continuamos siguiendo el criterio impuesto desde fuera, será pues inconcebible.

Otra cambio notable es en cuanto a la visión que tienes de tí mismo. Más allá que el sólo hecho de alejarme de la manada no me subirá automáticamente la autoestima, sí me da un impulso extra, el mismo que nos da cuando actuamos con valentía frente a algún suceso. Esto es simplemente porque para animarse a ser diferente hay que ser valiente. Esta es una de las partes más hermosas de apreciar, pues nos muestra la diferencia entre la verdadera valentía y el coraje infundido desde fuera. Es sabido que muchos se sienten muy valientes en medio de un grupo, o tomando alguna sustancia estimulante o por algún tipo de fanatismo. No está de más decir que en ninguno de los casos quien actúa lo hace por obra de su propia valía. En cambio, quien se aparta de lo preestablecido, quie toma su propio rumbo, quien se atreve a ser diferente sabiendo lo que le espera, no podría hacerlo sin valor, aún con su cuota de miedo. Es que nos han mentido mucho con respecto al valor y al miedo, haciéndolos ver como valores encontrados, que lo son, pero también excluyentes, que no lo son. Lo más común es que en esas ocasiones actuemos con una combinación de ambos, donde la balanza se inclinó hacia el valor, por así decirlo. Pero es mentira aquello de "para tener valor, no debes tener miedo". Yo más bien diría "para tener valor, trata que éste supere tus miedos". En definitiva, a quién no le gusta verse como alguien que actúa con valor. Vamos, que ya es una buena motivación para muchos.

Para cerrar esta entrada, pero lejos de agotar los argumentos a favor, no quiero dejar de mencionar la palabra genuino. Si hay algo que parecen buscar las publicidades y hasta lo oímos en el trabajo, es la búsqueda de la originalidad, de lo creativo. ¿Cómo podemos pretender ser originales, auténticos y menos aún creativos si nos dedicamos a seguir los preceptos  dictados por la mayoría?
 Al parecer, con la idea de la democracia nos hemos habituado al dictámen de las mayorías, lo cual es preciso aclarar gobierna en las cosas comunes, en lo colectivo, lo grupal si se quiere. ¿Acaso debemos regirnos por lo mismo en lo que atañe a lo personal? Si estamos de acuerdo en que, como personas, lo más saludable es aspirar a integrar los diversos aspectos que hacen a mi persona, a llevar una vida más integral, poco podré lograr basándome en criterios externos, aún aquellos aceptados por la mayoría. Así como nadie está obligado a disentir con la mayoría, tampoco tiene por qué coincidir con ella. Por eso, es preciso desprenderse de lo que digan las mayorías y preguntarse uno mismo. Precisamente aquí aparece la reflexión como nuestra gran aliada: no se trata de pensar directamente sino de cuestionarse a uno mismo sobre el asunto, de "mirarse hacia adentro". De estos cuestionamientos puede florecer no sólo la creatividad, sino la originalidad que brinda la mirada verdaderamente personal.

Hasta aquí he planteado mi particular mirada sobre el tema, que da para extenderse mucho más, pero de momento me conformo con abrir el debate.
Ahora tú ¿por qué crees que vale la pena ser diferente?

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