Que la vida es una rueda, que todo vuelve, que todo es un transcurrir o que esto ya lo viví, el famoso dèja vu ...
Seguro que algo o todo esto hemos escuchado e incluso manifestado más de una vez. Pero, a pesar de ser un ferviente defensor de la idea sobre un misterioso entramado que ocasiona el retorno en alguna impensada manera de las consecuencias de nuestras propias acciones, prefiero hacer un parate ante tanta repetición y reflexionar sobre lo que realmente nos sucede.
En vez de meterme en la interminable discusión acerca de la justicia y de si en definitiva pagamos o no por nuestros actos, si recibimos realmente el beneficio meritorio de nuestro noble proceder y demás cuestiones que al parecer nos encanta discutir cuando se presenta la ocasión (en más de un caso, bastaaaante seguido por cierto) me voy a referir simplemente a mencionar algunos hechos para simplemente introducir la cuestión.
Si me detengo a pensar por ejemplo en el plano de la amistad, hay personas que hacen tempranas amistades para toda la vida y se manejan en un círculo de afectos muy reducido, de vínculos muy fuertes, manteniendo la prudente distancia con el resto del mundo en un acto de camaradería por así decirlo. Partiendo de este extremo, es más común encontrar versiones donde los lazos reales no son tan fuertes como aparentan y así podríamos seguir degradando hasta encontrarnos con una absoluta fachada. Sin embargo, en cualquier caso, vamos a poder distinguir al menos un rasgo en la personalidad: la tendencia a centrar sus creencias, sus valores, sus ideas e ideales, su accionar y su conducta desde el punto de vista exclusivo validado por ese círculo y donde la diferencia quizás estribe en que el primer caso puede distinguirse sólo por un observador avezado y el otro extremo estalla frente a las narices del más desprevenido. Al parecer, los vaivenes de la vida no varían salvo mínimamente el curso ya definido ya que al final prevalece lo definido por el círculo.
Otras personas, por el contrario, parecen destinadas a boyar indefinidamente por los vastos mares de la existencia y por lo tanto no dan demasiado importancia a la conformación de un núcleo estable ni siquiera a la pertenencia de alguno sino que simplemente se la pasan conociendo personas constantemente, teniendo un grado mayor o menor de afinidad con ellas. Nuevamente, la degradación nos puede llevar hasta la prácticamente nula empatía con nadie, constituyendo así su extremo. ¿Qué sucede en común en este caso? Pues que en todos los casos lo que acontece nos va marcando el rumbo y por lo tanto ya no hay un núcleo central donde validar, la validación se realiza con el ideal compartido en el momento, con lo cual no es raro desdecirse o actuar contrariamente a lo creído anteriormente si el momento lo amerita. Aquí prevalece lo definido en el momento, en la cirscunstancia.
Otro grupo de personas parecen sacadas de una mala telenovela, con lo cual todo es tomado a la tremenda, de forma exacerbada y claro está, traslada esto a sus relaciones sin importar de cual se trate. La impulsividad y la pasión, al parecer, se entrelazan en medio de un torbellino de incongruencias que se enmascaran ajustándose como pueden a lo socialmente aceptado. Esta constante confrontación va fisurando esas máscaras y golpeando las relaciones, cual si de una forja se tratase. La degradación puede darse hasta la locura, por supuesto, pero lo interesante se encuentra en todo lo que queda entre medio de estos extremos, ya que aún es muy popular entre nosotros. En este caso, aunque sea triste decirlo, es la violencia, en el formato y la graduación que corresponda, la que dice siempre presente y la que en definitiva va dando golpes certeros de timón aún a contramano de sus protagonistas.
Podría proseguir indefinidamente con tantos otros casos, pero creo que la idea queda más que clara: nada hay librado al azar en el rumbo que tome nuestra existencia. El azar, en todo caso, parece darle un toque diferente, aparece como otras vías alternativas que (no siempre podríamos) tomar, pero en definitiva son nuestras decisiones las que van dictaminando el curso a seguir y las que en definitiva nos pueden llevar a cruzarnos de vuelta por el mismo camino así como nos podrían llevar a reencontrarnos con anteriores amistades y pasar de largo o establecer un nuevo vínculo.
A pesar de los reencuentros, de lo parecido de las situaciones y demás, ni siquiera nosotros somos los mismos de antes (imaginemos entonces el resto) así que aún en esos casos realmente estamos ante experiencias nuevas, la posibilidad de tomar un rumbo distinto al anterior estará siempre latente.
Seguro que algo o todo esto hemos escuchado e incluso manifestado más de una vez. Pero, a pesar de ser un ferviente defensor de la idea sobre un misterioso entramado que ocasiona el retorno en alguna impensada manera de las consecuencias de nuestras propias acciones, prefiero hacer un parate ante tanta repetición y reflexionar sobre lo que realmente nos sucede.
En vez de meterme en la interminable discusión acerca de la justicia y de si en definitiva pagamos o no por nuestros actos, si recibimos realmente el beneficio meritorio de nuestro noble proceder y demás cuestiones que al parecer nos encanta discutir cuando se presenta la ocasión (en más de un caso, bastaaaante seguido por cierto) me voy a referir simplemente a mencionar algunos hechos para simplemente introducir la cuestión.
Si me detengo a pensar por ejemplo en el plano de la amistad, hay personas que hacen tempranas amistades para toda la vida y se manejan en un círculo de afectos muy reducido, de vínculos muy fuertes, manteniendo la prudente distancia con el resto del mundo en un acto de camaradería por así decirlo. Partiendo de este extremo, es más común encontrar versiones donde los lazos reales no son tan fuertes como aparentan y así podríamos seguir degradando hasta encontrarnos con una absoluta fachada. Sin embargo, en cualquier caso, vamos a poder distinguir al menos un rasgo en la personalidad: la tendencia a centrar sus creencias, sus valores, sus ideas e ideales, su accionar y su conducta desde el punto de vista exclusivo validado por ese círculo y donde la diferencia quizás estribe en que el primer caso puede distinguirse sólo por un observador avezado y el otro extremo estalla frente a las narices del más desprevenido. Al parecer, los vaivenes de la vida no varían salvo mínimamente el curso ya definido ya que al final prevalece lo definido por el círculo.
Otras personas, por el contrario, parecen destinadas a boyar indefinidamente por los vastos mares de la existencia y por lo tanto no dan demasiado importancia a la conformación de un núcleo estable ni siquiera a la pertenencia de alguno sino que simplemente se la pasan conociendo personas constantemente, teniendo un grado mayor o menor de afinidad con ellas. Nuevamente, la degradación nos puede llevar hasta la prácticamente nula empatía con nadie, constituyendo así su extremo. ¿Qué sucede en común en este caso? Pues que en todos los casos lo que acontece nos va marcando el rumbo y por lo tanto ya no hay un núcleo central donde validar, la validación se realiza con el ideal compartido en el momento, con lo cual no es raro desdecirse o actuar contrariamente a lo creído anteriormente si el momento lo amerita. Aquí prevalece lo definido en el momento, en la cirscunstancia.
Otro grupo de personas parecen sacadas de una mala telenovela, con lo cual todo es tomado a la tremenda, de forma exacerbada y claro está, traslada esto a sus relaciones sin importar de cual se trate. La impulsividad y la pasión, al parecer, se entrelazan en medio de un torbellino de incongruencias que se enmascaran ajustándose como pueden a lo socialmente aceptado. Esta constante confrontación va fisurando esas máscaras y golpeando las relaciones, cual si de una forja se tratase. La degradación puede darse hasta la locura, por supuesto, pero lo interesante se encuentra en todo lo que queda entre medio de estos extremos, ya que aún es muy popular entre nosotros. En este caso, aunque sea triste decirlo, es la violencia, en el formato y la graduación que corresponda, la que dice siempre presente y la que en definitiva va dando golpes certeros de timón aún a contramano de sus protagonistas.
Podría proseguir indefinidamente con tantos otros casos, pero creo que la idea queda más que clara: nada hay librado al azar en el rumbo que tome nuestra existencia. El azar, en todo caso, parece darle un toque diferente, aparece como otras vías alternativas que (no siempre podríamos) tomar, pero en definitiva son nuestras decisiones las que van dictaminando el curso a seguir y las que en definitiva nos pueden llevar a cruzarnos de vuelta por el mismo camino así como nos podrían llevar a reencontrarnos con anteriores amistades y pasar de largo o establecer un nuevo vínculo.
A pesar de los reencuentros, de lo parecido de las situaciones y demás, ni siquiera nosotros somos los mismos de antes (imaginemos entonces el resto) así que aún en esos casos realmente estamos ante experiencias nuevas, la posibilidad de tomar un rumbo distinto al anterior estará siempre latente.
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