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entre círculos y elites

Desde temprano nos enseñan a distinguir las formas geométricas más simples, como los rectángulos en  una puerta, una caja o una cancha de fútbol; los círculos en una rueda, un bollo o una pelota. Alguien tempranamente estimulado pueda recordar -aunque sea vagamente- sus aventuras en la caja de arena. ¡quién no se acuerda de la ronda!
De chiquitos que sabemos reconocer las figuras circulares y hasta quizás más de uno quede fascinado por esta forma para siempre, sea a partir del amor por un vehículo sobre ruedas o simplemente enamorado de la redonda. Son parte de nuestros primeros saberes y quedarán guardados para siempre en nuestra memoria, de una u otra manera.

Ahora bien, no siempre nos encontramos frente a un círculo virtuoso, como gusta llamársele en los refranes a las relaciones que en su transición benefician a sus participantes. El círculo, como toda figura cerrada, también representa la delimitación de un área, separando lo que está dentro de lo que queda fuera de él.
Llevado a las relaciones humanas, representa a un grupo que reúne ciertas características excluyentes, es decir, sin las cuales una persona no se considera parte de él. Es difícil imaginarse a un cumbiero que no le guste la cumbia, un rapero sin poder rimar, una fan de Justin Biever que no se lo banque o un hincha de fútbol que deteste su propio club.

Aunque al parecer es inevitable que existan multitudes de círculos diferentes de acuerdo a la enorme variedad de afinidades que podemos desarrollar, lo más interesante es lo que sucede por fuera, e incluso hacia afuera de ellos.

¿Cómo?

A ver si me explico mejor haciendo un poco de memoria:

Venimos de siglos de tradiciones donde un puñado de personas privilegiadas de algún modo decidían sobre como debíamos relacionarnos, no sólo con las demás personas, sino con nosotros mismos y con el resto del mundo. Estas constituyeron verdaderas elites socio-culturales, muchas aún vigentes. Por ejemplo, te indican desde cómo vestirte, qué y cómo comer, a qué sitios concurrir y a cuáles no, cómo hablar con las demás personas, cuáles son las preferencias para estar en onda, etc.

Por otro lado, en los últimos tiempos hemos dado cuenta de la aceleración con que suceden los cambios sociales e incluso culturales. El acceso a tecnologías que a su vez posibilitan la comunicación y la expresión a multitudes relegadas por los medios masivos de comunicación ha creado una brecha por la cual se han colado una multitud cada vez mayor de expresiones que no encajan en los círculos tradicionales. Con esto se ha logrado diversificar, virtualmente se nos han otorgado posibilidades impensadas tan sólo décadas atrás. Hoy es raro ver a un adolescente o adulto sin un celular con acceso a las redes sociales, más raro ver alguno sin acceso a Internet y más raro todavía alguien sin celular. Con esta tecnología, por ejemplo, no sólo puedo hablar y enviar mensajes sino que puedo subir fotos, videos, mis propios textos, grabaciones de música, mostrar creaciones artísticas, etc.

Sin embargo, esta ampliación no significa necesariamente una apertura de los círculos sino solamente la posibilidad de crear círculos nuevos o modificar los ya existentes, como una especie de concesión ante la enorme marea subyacente que amenazaba con tragarlo todo.

Como siempre, la tecnología abre nuevos caminos, brinda nuevas vías de expresión, de comunicación, pero no deja de ser simple mediadora entre lo ya existente.
Puede modificar hábitos y costumbres, como el hecho de sentarnos frente a una PC o de
chequear cada tanto el móvil, de comunicarnos a través de mensajes de texto o de escribir en las redes sociales. No nos saca nuestras viejas mañas, nos incluye otras nuevas.
Si antes estaba pendiente del qué dirán, quizás ahora además lo esté del qué publicarán; si me angustiaba por desentonar en la clase, el grupo de amigos o compañeros de trabajo, es muy probable que me pase lo mismo con los amigos del Facebook, los seguidores de Twitter o los miembros de la comunidad o foro al que pertenezco.
La tecnología no nos brinda habilidades sociales, solamente nuevas formas de mediar nuestras relaciones. Por eso es que, a pesar de la abrumadora variedad mediática disponible, nos impactan más las relaciones cara a cara, quizás en esto se explique tanto furor por la sexualidad, por el encontrarse desnudos frente al otro. Tanto deseo y tanto miedo a la vez. La tecnología así planteada, como una sofisticada vestidura que nos aísla más y más del otro.

Desde que se crearon los círculos siempre hubo y siempre habrá inconformistas que no se contentarán con integrarse completamente en alguno de ellos.
Hace poco veía en una película (el título en castellano es Divergente) como una sociedad futura apocalíptica, como un puñado de sobrevivientes de terribles guerras se organizaba socialmente en castas según la virtud que desarrollara cada persona. De esta manera, cada uno tenía su lugar en la sociedad y al parecer la convivencia alcanzada era envidiable. Sin embargo, a partir de una protagonista se planteaba el caso de las personas que destacaran en más de una virtud, o mejor dicho, que no descollaran en ninguna en particular. Estas personas, denominadas divergentes, representaban una seria amenaza al orden social establecido y eran, por lo tanto, ferozmente perseguidas y ultimadas.
¿Solamente una fábula extremista? Al principio pensé lo mismo, pero no hace mucho vivimos un hecho impactante: la matanza de un delincuente por parte de un integrante de la comunidad boliviana, al parecer harto de sufrir robos, la violenta represalia tomada por personas afines al asesinado contra varias familias de esa comunidad que viven en el barrio, ante la total inacción y por lo tanto la complicidad de la policía.
La sociedad misma se vió forzada a salir de su cómoda posición localista y reconocer el salvajismo xenófobo, que no es otra cosa que desquitarse con el extraño y hecharle la culpa de lo que me pasa, al igual que en la película.

En tanto más miedo se le tiene a lo extraño, a lo desconocido, en definitiva al otro, más fuerte es la necesidad de conformar círculos cerrados, dentro de los cuales nos sintamos cómodos, seguros.

En cambio, quien se atreve a ingresar a esos círculos, a deambular entre ellos sin integrarse en ninguno, quien se atreve a ver que en realidad nadie pertenece realmente a ninguno sino por decisión propia de auto-encasillarse, logra enriquecerse a partir de las múltiples miradas que le brinda cada uno y a su vez va encontrando la propia. Descubre como establecer relaciones más auténticas, no limitadas a los intereses que pueda compartir por el círculo sino personalmente.
Aprende a no fastidiarse de los convencionalismos sociales vigentes en cada caso sino a reírse de ellos, aún cuando en oncasiones los respete.
No sólo aprende a socializar, aprende a respetar y a hacerse respetar, a practicar una convivencia más sana.
Aprende a no pretender ser el dueño de la verdad, porque descubre que nadie la tiene, porque también aprende a notar los supuestos tomados como verdades implícitamente en cada círculo.
Aprende a quererse como es y a no angustiarse por ser diferente sino a valorar el carácter de unicidad que todos poseemos.
Seguramente aprende mucho más, pero creo que a estas alturas deben haberse aclarado un poco más mis palabras.
Lo interesante de los círculos es lo que sucede fuera porque es más fructífero no encerrarse en ninguno de ellos. Pero también dije que es interesante lo que ocurre desde el círculo hacia fuera, porque en realidad uno puede salirse, debería abrirse al mundo, como se dice habitualmente.

Romper con el conformismo no es fácil, especialmente cuando uno se siente muy cómodo en la situación en la que se encuentra: si me siento a gusto con mis amistades, en mi trabajo, mis estudios o mis tareas habituales, difícilmente me interese por ver qué hay más allá del sol.
Romper con lo preestablecido cuando la situación es muy delicada tampoco es sencillo: basta ver cómo los jóvenes y adolescentes de hoy con una vida muy complicada, en situaciones extremas, se aferran a los estándares convencionales de rebeldía con mayor facilidad que el resto, tienen una necesidad imperante de pertenencia, de aferrarse a algo que valoren a su modo y que a la vez les permita expresarse.
Si encima a esto le sumamos la manipulación que realizan a través de los medios masivos las elites dominantes, tergiversando, distorsionando, desvirtuando una expresión diferente hacia un nuevo convencionalismo cada vez que la oportunidad se le presenta, el asunto se presenta cada vez más complicado para quienes se relacionan a partir de círculos.

Por eso es imperante un cambio de actitud, más aún, un cambio profundo en cuanto a nuestras formas de relacionarnos, especialmente en comunidades conservadoras como ésta.
No sólo es una verdadera apuesta hacia la inclusión social sino una auténtica vía alternativa frente a la creciente desintegración social.

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