Realmente ya no me pregunto como antes si debo creer en algo puesto que me basta con contemplar mi alrededor, mirar el vasto cielo, las hierbas creciendo en mi patio, las hormigas pululando por doquier en su infatigable derrotero y sólo basta callar mi mente. Entonces, por ejemplo, diviso un pájaro que picotea aquí y allá, buscando quizás su alimento, y en mi estado parezco no perturbarlo, es más, se pasea frente a mí sin temor alguno, revisa mi compost (es más efectivo que diez trampas para atraer pájaros) y finalmente alza vuelo. ¡Es maravilloso! ¿En qué más debería creer?
Ahora bien, al parecer somos una especie única aunque no precisamente de la manera en que nos pensamos a nosotros mismos. Por ejemplo, todos los días nos vestimos de las formas más extravagantes excediendo cualquier necesidad básica para hacerlo, comemos de formas más extrañas aún comidas que ni siquiera están cerca de lo que nuestro organismo está preparado para asimilar y nos ocupamos de hacer tareas muy distantes de aquello que realmente nos pueda procurar el sustento diario. Esto podría ser, muy someramente, el punto de vista de cualquier otra especie del planeta que nos observara por vez primera, por supuesto que no es nuevo para el variado repertorio de mascotas que contamos como compañía. ¡Imaginémosnos lo que pensarían del resto de las actividades, incluido esto que estoy haciendo en este momento con el teclado de la PC!
La cuestión es, en un mundo totalmente artificial como el nuestro, alejado como ningún otra especie de nuestro hábitat natural, contando además con todas las capacidades extraordinarias del raciocinio ¿cómo no esperar que nos invada la angustia si la verdad está constantemente ahí, frente a nosotros, con nosotros, en nosotros?
Nos puede llevar años o incluso toda nuestra vida aceptarlo, pero hasta nuestro final, cualquiera sea, estará constantemente golpeándonos la puerta de nuestra consciencia, al igual que llegada la hora la tocará la muerte. Está en cada uno decidir a quién atender primero y hay toda una maravillosa vida en juego.
Ahora bien, al parecer somos una especie única aunque no precisamente de la manera en que nos pensamos a nosotros mismos. Por ejemplo, todos los días nos vestimos de las formas más extravagantes excediendo cualquier necesidad básica para hacerlo, comemos de formas más extrañas aún comidas que ni siquiera están cerca de lo que nuestro organismo está preparado para asimilar y nos ocupamos de hacer tareas muy distantes de aquello que realmente nos pueda procurar el sustento diario. Esto podría ser, muy someramente, el punto de vista de cualquier otra especie del planeta que nos observara por vez primera, por supuesto que no es nuevo para el variado repertorio de mascotas que contamos como compañía. ¡Imaginémosnos lo que pensarían del resto de las actividades, incluido esto que estoy haciendo en este momento con el teclado de la PC!
La cuestión es, en un mundo totalmente artificial como el nuestro, alejado como ningún otra especie de nuestro hábitat natural, contando además con todas las capacidades extraordinarias del raciocinio ¿cómo no esperar que nos invada la angustia si la verdad está constantemente ahí, frente a nosotros, con nosotros, en nosotros?
Nos puede llevar años o incluso toda nuestra vida aceptarlo, pero hasta nuestro final, cualquiera sea, estará constantemente golpeándonos la puerta de nuestra consciencia, al igual que llegada la hora la tocará la muerte. Está en cada uno decidir a quién atender primero y hay toda una maravillosa vida en juego.
Comentarios
Publicar un comentario