Desde hace rato vengo escribiendo en este blog sobre los cambios personales y sobre mi experiencia al respecto. Pero siempre me he preguntado por qué la mayoría se resiste tanto ante un cambio, aún cuando tenga sobrados motivos para llevarlo a cabo. Hoy quiero escribir lo que pienso sobre esto, pero no pretendo más que darle inicio a un debate que nos debemos mucho más amplio y profundo acerca del tema.
¿Nunca te ha sucedido que pese a aceptar la necesidad de cambiar algún aspecto de tu vida aún no llegas a concretarlo?
Creo que muchas veces llegamos a un punto donde la evidencia acumulada nos va forzando a cambiar, pero algo de nosotros parece incluso llegar a boicotear todo intento. Cuando tomamos conciencia de la auténtica necesidad de un cambio, esto nos debilita, de alguna manera nos pone un freno en nuestro "derrotero existencial".
¿A qué se debe esa reticencia, esa firme posición conservadora?
Puede parecer que hay una parte nuestra que trata de mantenernos lo más inmutable posible, como intentando de esa manera conservar lo que somos, como una manera de preservarnos y de darle consistencia a nuestra existencia. Podría decirse que existe un componente antropológico que nos lleva a actuar de esa manera y que es tan nuestro como el instinto de supervivencia. Sin embargo, esto no explica cómo realizamos otro tipos de cambios impuestos desde fuera, por ejemplo algo tan simple como una moda o la adaptación a una nueva tecnología, por caso el uso de celular o de redes sociales. Aparentemente, hay partes que podemos ir cambiando y partes que no, pero esto no queda claro porque no todos realizamos los mismos cambios y existen demasiadas excepciones a cada ejemplo que busquemos.
¿Qué otro aspecto nuestro puede incidir entonces para decidir sobre el cambio?
Por más que seamos acérrimos detractores de los libros de autoayuda y cuanto gurú se digne a repartir consejos por ahí, el sano escepticismo nos obliga a considerar los hechos relacionados con estos movimientos o grupos. Uno que prácticamente vemos repetido en todos es el énfasis puesto en las ideas que rondan por nuestra psique, especialmente aquellas que manejamos concientemente acerca de nosotros mismos y nuestra relación con el mundo.
La mayoría insiste en el poder que tiene una idea que se fije en nuestra conciencia, algo que está comprobado por la psicología y ampliamente explotado comercialmente para vendernos cualquier cosa. Si una idea persiste en nuestra cabeza el tiempo suficiente, puede hacer desastres. O maravillas. Todo depende, claro está, de qué se trate la idea.
Entonces, si la idea de cambio logra posarse sobre nosotros y permanecer durante el tiempo, es decir, persiste, acabará por incorporarse a nuestro complejo sistema. Ok, pero ¿qué sucede con aquellas personas que quieren dejar malos hábitos, un vicio o simplemente realizar un cambio de dieta y fracasan sistemáticamente, año tras año?
Esto nos demuestra que no basta con que la idea persista, lo más interesante es que esa idea logre encajar en "mí". Aquí aparece la pregunta interesante:
¿cómo lograr que una idea se "haga carne en mí"?
Lo primero que se me ocurre es analizar lo que sucede en los casos exitosos, por un lado, y lo sucedido en los fracasos, pero centrándome en el proceso que sigue la persona al intentar aceptar la idea, más que en los resultados o efectos que cause. Es decir, no sólo es una cuestión de seguir un proceso, sino también de seguirlo en la misma persona para simplificar el análisis, aún cuando existan mecanismos comunes que puedan actuar en estos casos. Además, reduzco enormemente los casos al considerar solamente situaciones donde intento realizar un cambio como decisión propia en situaciones ordinarias, es decir, sin otras cuestiones que puedan forzarlo, dejando así afuera los casos extremos.
Por ejemplo, tomar un caso donde pude introducir una nueva idea por mi cuenta y otro caso donde intenté algo similar y fracasé.
Al repasar mentalmente estos ejemplos, recuerdo claramente que en absolutamente todos los casos la nueva idea tuvo que superar, tarde o temprano, un arduo proceso de validación. Por más que me dé cuenta que la idea está siendo validada en algún momento, este proceso es imposible de llevarse a cabo de manera consciente por la gran demanda que genera, especialmente de tiempo. Es decir, es un proceso que realmente lleva su tiempo, el cual dependerá de muchos factores que exceden lo que aquí me propongo tratar y es material más que interesante para abordarlo desde la ciencia.
Ahora, llegado el punto en que la idea comience a ser aceptada, en el sentido de haber superado ciertas validaciones que la propongan como firme candidata a ser aceptada, en ese proceso la idea de cambio implica acción, no es simplemente una idea. Por lo tanto, nos abarca en nuestra totalidad como seres, no es sólo una cuestión mental. Seguramente deberé obrar en consecuencia y allí es donde se produce el segundo grupo de choques: el de la realidad. Aquí el proceso de validación continúa en un plano mucho más amplio, en el cual se produce una re-validación constante al constrastarla con la realidad. Pero, para que nos demos una idea de la complejidad, no sólo se trata de revalidar la nueva idea sino de todas las relacionadas, es decir, todas las que a partir de la práctica sean abordadas. Este proceso irá desencadenando re-validaciones y puede incluso provocarnos una reestructuración ya que todo nuestro sistema, más aún, todo nuestro organismo debe re-acomodarse al cambio, en mayor o menor medida.
Si vemos que incluso un intento fallido de cambiar nos provoca cambios ¿Cuándo podemos decir que se ha producido un cambio persistente?
Allí es donde creo que juega un papel importante ese instinto de conservación, pues en definitiva si la nueva idea logró ser parte de todo el sistema, ya sabemos que este seguirá tratando de mantenerse. Esto traducido a nuestras acciones es lo que denominamos hábitos y costumbres. Si el accionar provocado empieza a hacerse habitual, el siguiente paso será el fortalecimiento o no del mismo, o sea, se volverá o no costumbre. Pero ya el volverse un hábito es una muestra de la persistencia del cambio. Es genial tomar consciencia del rol fundamental que cumple esa parte de nuestra psique, pues no se trata solamente de conservarnos sino de lograr una interacción medianamente eficiente con el entorno. Si por cada acción tuviéramos que pasar por un proceso semejante, nuestra vida sería muy tortuosa y tremendamente lenta. Sin embargo, en un mundo como el de hoy tan acelerado, es hasta comprensible la tendencia a automatizar acciones como medida de adaptación, aunque con ello se paga un alto precio: además de volvernos casi unos autómatas, nos volvemos más resistentes a los cambios.
A pesar de la simplificación que realizo en este burdo análisis, ya nos podemos hacer una idea de lo complejo y lo difícil que puede resultar (dependiendo de cada caso) aceptar un cambio en nuestra vida y nos ayuda a comprender por qué es mucho más fácil aceptar los cambios forzosos que nos impone, por ejemplo, el simple paso del tiempo, aún sabiendo que incluso frente a estos nos resistimos en mayor o menor medida.
¿Nunca te ha sucedido que pese a aceptar la necesidad de cambiar algún aspecto de tu vida aún no llegas a concretarlo?
Creo que muchas veces llegamos a un punto donde la evidencia acumulada nos va forzando a cambiar, pero algo de nosotros parece incluso llegar a boicotear todo intento. Cuando tomamos conciencia de la auténtica necesidad de un cambio, esto nos debilita, de alguna manera nos pone un freno en nuestro "derrotero existencial".
¿A qué se debe esa reticencia, esa firme posición conservadora?
Puede parecer que hay una parte nuestra que trata de mantenernos lo más inmutable posible, como intentando de esa manera conservar lo que somos, como una manera de preservarnos y de darle consistencia a nuestra existencia. Podría decirse que existe un componente antropológico que nos lleva a actuar de esa manera y que es tan nuestro como el instinto de supervivencia. Sin embargo, esto no explica cómo realizamos otro tipos de cambios impuestos desde fuera, por ejemplo algo tan simple como una moda o la adaptación a una nueva tecnología, por caso el uso de celular o de redes sociales. Aparentemente, hay partes que podemos ir cambiando y partes que no, pero esto no queda claro porque no todos realizamos los mismos cambios y existen demasiadas excepciones a cada ejemplo que busquemos.
¿Qué otro aspecto nuestro puede incidir entonces para decidir sobre el cambio?
Por más que seamos acérrimos detractores de los libros de autoayuda y cuanto gurú se digne a repartir consejos por ahí, el sano escepticismo nos obliga a considerar los hechos relacionados con estos movimientos o grupos. Uno que prácticamente vemos repetido en todos es el énfasis puesto en las ideas que rondan por nuestra psique, especialmente aquellas que manejamos concientemente acerca de nosotros mismos y nuestra relación con el mundo.
La mayoría insiste en el poder que tiene una idea que se fije en nuestra conciencia, algo que está comprobado por la psicología y ampliamente explotado comercialmente para vendernos cualquier cosa. Si una idea persiste en nuestra cabeza el tiempo suficiente, puede hacer desastres. O maravillas. Todo depende, claro está, de qué se trate la idea.
Entonces, si la idea de cambio logra posarse sobre nosotros y permanecer durante el tiempo, es decir, persiste, acabará por incorporarse a nuestro complejo sistema. Ok, pero ¿qué sucede con aquellas personas que quieren dejar malos hábitos, un vicio o simplemente realizar un cambio de dieta y fracasan sistemáticamente, año tras año?
Esto nos demuestra que no basta con que la idea persista, lo más interesante es que esa idea logre encajar en "mí". Aquí aparece la pregunta interesante:
¿cómo lograr que una idea se "haga carne en mí"?
Lo primero que se me ocurre es analizar lo que sucede en los casos exitosos, por un lado, y lo sucedido en los fracasos, pero centrándome en el proceso que sigue la persona al intentar aceptar la idea, más que en los resultados o efectos que cause. Es decir, no sólo es una cuestión de seguir un proceso, sino también de seguirlo en la misma persona para simplificar el análisis, aún cuando existan mecanismos comunes que puedan actuar en estos casos. Además, reduzco enormemente los casos al considerar solamente situaciones donde intento realizar un cambio como decisión propia en situaciones ordinarias, es decir, sin otras cuestiones que puedan forzarlo, dejando así afuera los casos extremos.
Por ejemplo, tomar un caso donde pude introducir una nueva idea por mi cuenta y otro caso donde intenté algo similar y fracasé.
Al repasar mentalmente estos ejemplos, recuerdo claramente que en absolutamente todos los casos la nueva idea tuvo que superar, tarde o temprano, un arduo proceso de validación. Por más que me dé cuenta que la idea está siendo validada en algún momento, este proceso es imposible de llevarse a cabo de manera consciente por la gran demanda que genera, especialmente de tiempo. Es decir, es un proceso que realmente lleva su tiempo, el cual dependerá de muchos factores que exceden lo que aquí me propongo tratar y es material más que interesante para abordarlo desde la ciencia.
Ahora, llegado el punto en que la idea comience a ser aceptada, en el sentido de haber superado ciertas validaciones que la propongan como firme candidata a ser aceptada, en ese proceso la idea de cambio implica acción, no es simplemente una idea. Por lo tanto, nos abarca en nuestra totalidad como seres, no es sólo una cuestión mental. Seguramente deberé obrar en consecuencia y allí es donde se produce el segundo grupo de choques: el de la realidad. Aquí el proceso de validación continúa en un plano mucho más amplio, en el cual se produce una re-validación constante al constrastarla con la realidad. Pero, para que nos demos una idea de la complejidad, no sólo se trata de revalidar la nueva idea sino de todas las relacionadas, es decir, todas las que a partir de la práctica sean abordadas. Este proceso irá desencadenando re-validaciones y puede incluso provocarnos una reestructuración ya que todo nuestro sistema, más aún, todo nuestro organismo debe re-acomodarse al cambio, en mayor o menor medida.
Si vemos que incluso un intento fallido de cambiar nos provoca cambios ¿Cuándo podemos decir que se ha producido un cambio persistente?
Allí es donde creo que juega un papel importante ese instinto de conservación, pues en definitiva si la nueva idea logró ser parte de todo el sistema, ya sabemos que este seguirá tratando de mantenerse. Esto traducido a nuestras acciones es lo que denominamos hábitos y costumbres. Si el accionar provocado empieza a hacerse habitual, el siguiente paso será el fortalecimiento o no del mismo, o sea, se volverá o no costumbre. Pero ya el volverse un hábito es una muestra de la persistencia del cambio. Es genial tomar consciencia del rol fundamental que cumple esa parte de nuestra psique, pues no se trata solamente de conservarnos sino de lograr una interacción medianamente eficiente con el entorno. Si por cada acción tuviéramos que pasar por un proceso semejante, nuestra vida sería muy tortuosa y tremendamente lenta. Sin embargo, en un mundo como el de hoy tan acelerado, es hasta comprensible la tendencia a automatizar acciones como medida de adaptación, aunque con ello se paga un alto precio: además de volvernos casi unos autómatas, nos volvemos más resistentes a los cambios.
A pesar de la simplificación que realizo en este burdo análisis, ya nos podemos hacer una idea de lo complejo y lo difícil que puede resultar (dependiendo de cada caso) aceptar un cambio en nuestra vida y nos ayuda a comprender por qué es mucho más fácil aceptar los cambios forzosos que nos impone, por ejemplo, el simple paso del tiempo, aún sabiendo que incluso frente a estos nos resistimos en mayor o menor medida.
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