Allá en la ingenuidad de mi adolescencia sentía una profunda vocación de volcarme hacia la revolución tecnológica que asomaba tras la irrupción de la multimedia y la difusión de internet. Me devoraba con pasión lo que encontraba a mi alcance en las revistas, en las bibliotecas. Recuerdo vivamente una reflexión que hacía el editor de la revista Users a un libro sobre Internet acerca de lo que podría brindarnos esta tecnología automatizante: más tiempo libre para nosotros al ocuparse de varias de nuestras tareas.
Eso que parece hasta estúpido hoy, donde la tecnología es un elemento más de la maquinaria competitiva capitalista, donde incluso pasamos a dedicarle nuestro tiempo de ocio, más aún, su irrupción en nuestras relaciones y hasta en nuestra intimidad; en definitiva, en la época donde nuestra vida parece haber sido arrebatada por la tecnología, bien merece un examen más detenido y a la vez, más amplio. Necesitamos situarlo realmente en su contexto para ver que no es descabellado el planteo en teoría sino que son las condiciones actuales las que le quitan toda posibilidad concreta.
¿Acaso no vimos aumentar la productividad e incluso disminuir la necesidad de acción humana en miles de tareas?
Sin embargo, en vez de aprovechar estas innovaciones para aliviar nuestro trabajo y disfrutar de mayor tiempo libre, vemos que estamos más recargados de tareas que antes e incluso obteniendo menos beneficios.
Claramente hay unas reglas de juego que no funcionan para el disfrute y el goce de la vida sino todo lo contrario, no hacen más que multiplicar las tareas y lo único que distribuye es la infelicidad.
Es el sistema actual el que no funciona, porque es inhumano, violento, destructivo. Está imbuido de un ritmo frenético que no solo no se detiene sino que se acelera cada vez más. Introduce constantemente cambios en el medio con una velocidad tal que ya ni siquiera el planeta puede asimilarlo. Es el comienzo del fin, no hay duda que pasamos el punto de retorno hace rato y nos encaminamos al abismo.
La crisis ya es global y ya generó varias contrapartidas en los últimos siglos. En la actualidad, se empiezan a distinguir con mayor claridad los distintos polos: por un lado quienes pretenden continuar con el statu quo, pretendiendo que van a poder continuar sosteniendo este régimen que se torna cada vez más controlador, manipulador y represivo; por otro lado, quienes toman conciencia de la necesidad de un viraje que permita retomar el rumbo o al menos que nos permita reestablecer el equilibrio roto, tanto a nivel humano como planetario.
Miles de frentes de batalla ya se han desplegado hasta en lugares y por medios que hasta no hace mucho eran inimaginables. Con mucho, la realidad supera ya a cualquier ciencia-ficción que nos alertara al respecto.
El extremo de la tergiversación tecnológica está en su uso para destruir, infundir miedo y diseminar el terror; para desactivar cualquier posibilidad de rebelión o verdadero cambio, por todos los medios posibles, sin ningún miramiento ético. Hoy se miente, engaña, aterroriza, manipula, se lavan cerebros con una eficiencia que envidiaría la mismísima élite de cualquier época pasada. Ni la propaganda nazi, ni los servicios de espionaje de la guerra fría ni la peor dictadura que haya existido contaba con algo ni siquiera cercano a lo que los dueños actuales del mundo cuentan en la actualidad. Sus ejércitos no solo incluyen drones sino miles de reclutas que se dedican al juego sucio en las redes sociales: así ganó Obama, así ganó Trump, así también Macri. Miles de personas empleadas para influenciar y manipular a otras personas. Lo mismo que los grandes medios de comunicación, vendidos hace rato al mejor postor.
Pese a esta poderosísima ofensiva, siempre hay algún resquicio para la disidencia, aparecen día a día voces disonantes, miles de alternativas a la locura planteada desde el mainstream. Es que por más poderosos que puedan ser, no pueden tapar el sol con el dedo. Sus mentiras chocan enseguida con una realidad que nos golpea en la cara nomás asomarnos a la puerta. Por más que no lo quisiéramos ver, su presencia nos penetra por cada poro de nuestra piel, la verdad está en cada uno de nosotros tan instalada que cualquier manipulación sostenida en el tiempo nos conduce directamente a la locura.
Por eso hoy nadie puede tragarse esos cuentos sin pagar un terrible precio a cambio. Es lo que vemos a diario, una batalla constante sostenida por cada persona que se mantiene expectante. A diferencia de otras épocas, nadie puede quedarse al margen ni ser un simple espectador. El barro esta vez nos salpica a todos.
Época de crisis, de las grandes. Somos protagonistas de un cambio de era, donde nada volverá a ser lo que era, donde probablemente el mundo tal como lo conocemos se transforme en otro totalmente distinto. Sin embargo, si hay algo que dudo vaya a cambiar demasiado es el ser humano. En esencia, sigue siendo ese temeroso simio que se extravió del bosque.
Eso que parece hasta estúpido hoy, donde la tecnología es un elemento más de la maquinaria competitiva capitalista, donde incluso pasamos a dedicarle nuestro tiempo de ocio, más aún, su irrupción en nuestras relaciones y hasta en nuestra intimidad; en definitiva, en la época donde nuestra vida parece haber sido arrebatada por la tecnología, bien merece un examen más detenido y a la vez, más amplio. Necesitamos situarlo realmente en su contexto para ver que no es descabellado el planteo en teoría sino que son las condiciones actuales las que le quitan toda posibilidad concreta.
¿Acaso no vimos aumentar la productividad e incluso disminuir la necesidad de acción humana en miles de tareas?
Sin embargo, en vez de aprovechar estas innovaciones para aliviar nuestro trabajo y disfrutar de mayor tiempo libre, vemos que estamos más recargados de tareas que antes e incluso obteniendo menos beneficios.
Claramente hay unas reglas de juego que no funcionan para el disfrute y el goce de la vida sino todo lo contrario, no hacen más que multiplicar las tareas y lo único que distribuye es la infelicidad.
Es el sistema actual el que no funciona, porque es inhumano, violento, destructivo. Está imbuido de un ritmo frenético que no solo no se detiene sino que se acelera cada vez más. Introduce constantemente cambios en el medio con una velocidad tal que ya ni siquiera el planeta puede asimilarlo. Es el comienzo del fin, no hay duda que pasamos el punto de retorno hace rato y nos encaminamos al abismo.
La crisis ya es global y ya generó varias contrapartidas en los últimos siglos. En la actualidad, se empiezan a distinguir con mayor claridad los distintos polos: por un lado quienes pretenden continuar con el statu quo, pretendiendo que van a poder continuar sosteniendo este régimen que se torna cada vez más controlador, manipulador y represivo; por otro lado, quienes toman conciencia de la necesidad de un viraje que permita retomar el rumbo o al menos que nos permita reestablecer el equilibrio roto, tanto a nivel humano como planetario.
Miles de frentes de batalla ya se han desplegado hasta en lugares y por medios que hasta no hace mucho eran inimaginables. Con mucho, la realidad supera ya a cualquier ciencia-ficción que nos alertara al respecto.
El extremo de la tergiversación tecnológica está en su uso para destruir, infundir miedo y diseminar el terror; para desactivar cualquier posibilidad de rebelión o verdadero cambio, por todos los medios posibles, sin ningún miramiento ético. Hoy se miente, engaña, aterroriza, manipula, se lavan cerebros con una eficiencia que envidiaría la mismísima élite de cualquier época pasada. Ni la propaganda nazi, ni los servicios de espionaje de la guerra fría ni la peor dictadura que haya existido contaba con algo ni siquiera cercano a lo que los dueños actuales del mundo cuentan en la actualidad. Sus ejércitos no solo incluyen drones sino miles de reclutas que se dedican al juego sucio en las redes sociales: así ganó Obama, así ganó Trump, así también Macri. Miles de personas empleadas para influenciar y manipular a otras personas. Lo mismo que los grandes medios de comunicación, vendidos hace rato al mejor postor.
Pese a esta poderosísima ofensiva, siempre hay algún resquicio para la disidencia, aparecen día a día voces disonantes, miles de alternativas a la locura planteada desde el mainstream. Es que por más poderosos que puedan ser, no pueden tapar el sol con el dedo. Sus mentiras chocan enseguida con una realidad que nos golpea en la cara nomás asomarnos a la puerta. Por más que no lo quisiéramos ver, su presencia nos penetra por cada poro de nuestra piel, la verdad está en cada uno de nosotros tan instalada que cualquier manipulación sostenida en el tiempo nos conduce directamente a la locura.
Por eso hoy nadie puede tragarse esos cuentos sin pagar un terrible precio a cambio. Es lo que vemos a diario, una batalla constante sostenida por cada persona que se mantiene expectante. A diferencia de otras épocas, nadie puede quedarse al margen ni ser un simple espectador. El barro esta vez nos salpica a todos.
Época de crisis, de las grandes. Somos protagonistas de un cambio de era, donde nada volverá a ser lo que era, donde probablemente el mundo tal como lo conocemos se transforme en otro totalmente distinto. Sin embargo, si hay algo que dudo vaya a cambiar demasiado es el ser humano. En esencia, sigue siendo ese temeroso simio que se extravió del bosque.
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