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El imperio de la imagen

El camino hacia la discriminación comienza por no aceptar las diferencias

Este relato podría comenzar en cualquier momento de un día cualquiera, incluso los escenarios podrían ser diferentes, pero es importante establecer que los protagonistas podrían ser otros distintos a los aquí mencionados, algún conocido tuyo o incluso podrías ser tú mismo. En la interacción social estamos todos regidos, pues, por un entramado de relaciones y de reglas que no siempre son acordadas sino que, por diversos motivos e intereses, son impuestas. Si las reglas, normas o códigos se mantuvieran inquebrantables a través del tiempo se convertirían en ataduras nocivas, en una trampa mortal. Por eso es que necesitan de periódica revisión, para permitirles su adecuación a las distintas realidades, tan cambiantes, que van transcurriendo.
Hoy es impensable un mundo donde imperen reglas sociales innamovibles, sin embargo muchas personas aún distan mucho siquiera de percatarse de ello.

-¿Hasta qué hora dura esto, más o menos? - pregunté al ingresar al pequeño hall que servía a la vez de boletería del evento.

- Todavía no ha empezado. Es que decidieron retrasarlo, así que llega a tiempo. Incluso puede comer algo en la cantina. - me respondió una solícita señora cuya jovialidad escondía un largo recorrido a través de los años. Junto a ella había un señor que seguramente era un especie de supervisor de la entidad propietaria del local y, encargándose de mantener la puerta cerrada, un policía con su atuendo típico de adicionales.

Tras esto, aboné la entrada e ingresé tras un largo corredor solo interrumpido por la entrada del baño de hombres, donde ingresé para lo habitual y de paso llamar a un amigo para darle la buena noticia. Sin embargo, desistió y me dirigí raudo al salón cuando sonaban estridentes los primeros acordes invitando a los presentes al espectáculo.
Como en todos estos tipos de eventos, me dispuse cerca de la puerta para evitar el humo del cigarrillo, especialmente porque como en casi todos los casos no había otra vía de ventilación. Recordábame esto un arduo debate sobre cómo a través de esta actitud se perjudica a los demás y se los coloca en la incómoda posición de bancársela o perderse el evento, lo cual significa en mi caso perderme prácticamente todos. Pero esta noche valía la pena, tocaban amigos y otras bandas que quería conocer. La movida rockera riocuartense no tiene nada que envidiarle a las grandes ciudades, especialmente en cuanto a las cualidades de sus protagonistas.
Efectivamente, ya la primer banda mostró sus atributos y dejó en claro su valía tras un despliegue de covers clásicos del rock argentino de los '70 así como temas propios incorporando la estética más contemporánea de los arreglos mediante samplers y proyección de videos de fondo.
En medio, el saludo de conocidos y amigos, precioso legado de integrar una banda de rock años atrás. Mis salidas a cambiar el aire y a disfrutar de la banda donde tocan amigos, haciendo covers entrañables en homenaje a Alejandro Sokol. A cantar los temas, vitorear y alentar a los músicos, a bailar de a poco, como calentando un motor gasolero. Pese al pase de factura por mis entrenamientos y por las caprichosas horas en que decido forzarlo a moverse, el cuerpo parece salir del letargo, como desperezándose. Comparto algún sorbo de bebida (ninguna hay de mi preferencia, obviamente) para combatir la dupla que seca las gargantas y provoca sudores cálidos que a la salida pueden costar caro.
Cada tanto, el supervisor viene y se queda en la entrada, como si esperase encontrar algo fuera de lugar. Es algo a lo que estamos tan acostumbrados que se vuelve parte del paisaje.
Con invitados de lujo, bises y una actuación memorable por el sentimiento puesto en escena termina la actuación de la segunda banda. Me siento feliz de ser parte otra vez de la fiesta del rock.
 Me llevo una grata sorpresa al enterarme que toca una tercer banda local brindando un tributo ricotero. Son todos muy jóvenes y tras el primer tema el frontman agradece a uno de los organizadores:
- y quiero darle las gracias al único flaco que, cuando éramos una banda recontramil de garage nos dijo vengan a tocar que le hacemos un lugar.

La atmósfera  parece trasladarnos a esas multitudinarias procesiones, desplegando banderas y toda la parafernalia ricotera. Nuevamente enciende en mí la llama que se iniciara en mi atribulada adolescencia adeliamariense, sumándome al ritual en un tributo personal. Cada tema me atraviesa como una corriente a través de los rápidos, en esa amalgama tan particular lograda entre fraseos y frases, entre acordes y sentimientos, que nos muestra cabalmente que se trata de una expresión cultural que abarca mucho más que la música.

Tal es así que en el momento en que interpretan un tema del Indio me llego donde está uno  de los amigos que tocó y le digo: no sé porque pero el Indio sólo no me termina de gustar. A lo que el me responde irónicamente algo que no alcanzo a escuchar por la música. Entonces, en la charla le transmito mi satisfacción por el evento que montaron y me recuerda lo que significa hacerlo de forma independiente: te exigen un montón de cosas y tenés que tocar muchas puertas sacando a relucir tus contactos, acá tendría que haber más gente pero cree que está bastante bien.
Deben haber asistido unas doscientas personas, entre el tránsito de gente que se va antes o que llega más tarde, con lo cual no dudo que es todo un logro.

Al rato llega al parecer un agente de Edecom, pues pasa derecho a verificar la presencia de matafuegos. Todo está en orden porque se retira rápidamente sin que apenas lo notemos. Un rato después, sin embargo, veo mi amigo músico pasar con trapo de piso, balde y el secador, le ofrezco ayuda que rechaza y me dice que no pasó nada grave.

El calor se hace sentir, ya dejé mi campera con la señora de la boletería quien gentilmente me la guarda en su silla. Ahora ya me quedé en remera y salgo más seguido afuera y cada tanto al baño a refrescarme. En una de esas salidas lo veo a el mismo amigo que pasara con los elementos de limpieza en plena faena, ocupándose del piso del corredor. Insiste en no contarme lo sucedido, pero al ingresar al baño veo un resto de vómito en el migitorio y me explica: un boludo vomitó ahí y en el piso, lo vió el supervisor y les fue a decir que si no lo limpiaban urgente les suspendía el evento. Esa era otra de las tantas cosas que tenías que bancarte para llevar adelante estos eventos.

Afortunadamente la noche transcurrió sin más sobresaltos que los que dábamos bailando los temas de los redondos y en el infaltable pogo. Disfruté a rabiar cada tema, cantando y bailando hasta el final del show, con una zapada ingeniosa de cierre como broche de oro. me despedí muy alegre no sin antes felicitar al amigo y agradecerle por todo.


Al día siguiente, otro grupo de amigos organiza para encontrarnos en el centro, jugar un pull. Como la noche anterior, decido irme en bicicleta al Andino a terminar la lectura de un libro y de allí encontrarme con ellos. Era un día muy ventoso, prevenido del frío, llevo mi típico atuendo de guantes, bufanda y gorra. Esto me permite disfrutar de los últimos rayos de sol y culminar la lectura bajo las primeras luces del farol. De allí me dirijo al centro, mi amigo quedó en avisarme el lugar. A poco de llegar recibo la llamada, finalmente nos juntaríamos en el bowling. Al tomar con mi bicicleta por la calle Buenos Aires me doy cuenta que me conviene dejarla en un bicicletero cercano, en una estación de servicio de la cual me gusta el café, así que de paso me tomo uno antes de juntarme con ellos.
En el trayecto pienso acerca de lo grato de lo realizado durante las vacaciones, confirmando al presente como el mejor momento de mi vida.
Los encuentro esperando afuera del lugar, lo cual me llamó un poco la atención y tras saludarlos ingresamos. Como siempre en estos casos lo hacemos hablando entre nosotros, atravesamos la barra y al doblar una moza nos aborda para indicarme que me llaman de la barra. Sorprendido accedo a esto pues me llamó la atención que éste no lo hiciera cuando crucé delante de él. Mi amigo me acompaña también.
Cuando me acerco a la barra me dice, sin más preámbulos:
- Lo llamamos porque se tiene que sacar la gorra.
Asintiendo, en ese instante me la saco y les pregunto por qué.
- Es  una medida de seguridad, para que pueda ser captado por las cámaras.
Giro la cabeza hacia la entrada buscando alguna cámara, al encontrarla me dirijo a ella y entonces le digo, siguiendo su razonamiento:
- Bueno, después ya puedo ponérmela.
- No. No se puede usar gorra. Es una medida impuesta por el dueño del local.
- Hay un cartel en la entrada que lo dice - agrega rápidamente otra moza de mi lado de la barra.
Ambos se muestran bruscos, como si fuese una osadía mi planteo. En ese punto, profundamente indignado por el significado de sus palabras y sus actitudes, avalando enfáticamente la discriminación más absurda, les dije:
- Entonces quiero el libro de quejas o hablar con el dueño del local.
El mozo accede en primer término y mi amigo trata de disuadirme.
- Ya está, te la sacás y no pasa nada.
Si ya estaba indignado por los mozos, ahora esto echaba más leña al fuego. Me pedían sencillamente mi aval para esta práctica difamatoria y humillante, rezabios de la hipócrita moral conservadora que en la mediocridad de nuestra inacción mantenemos intactos.
- En realidad tengo el teléfono de un encargado. El dueño en realidad es de Santa Fé.
Típica maniobra disuasiva, que desactivé diciendo:
- Lo tenés que llamar vos desde acá, no tengo porque cargar con el gasto.
- Dejalo, no te calentés al pedo. Si no hace frío acá adentro- me insiste mi amigo.
- ¡Pero entendé que esto es una discriminación! - atino a decir.
- En otros lugares tampoco te dejan usar gorra- me dice la moza.
- No es cierto, en ningún lado me hicieron problema con la gorra.
- En los bancos no podés usarla.
- Sí, es así - insiste el mozo.
- Voy a bancos, al cine, cafés  vestido así y nunca tuve un problema ¿con quién crees que estás hablando?
A todo esto, el mozo aprovecha para zafar de mi pedido y vuelve a su lugar. Cambia de táctica y me dice:
- Entendé que esto es mi trabajo.
- O sea que discriminar es parte de tu laburo.
- Y, es parte de lo que me toca hacer para ganarme el pan.
Aquí me quedó claro que encima el mozo es consciente de lo que está haciendo y lo justifica por tratarse de un trabajo. Discriminar está permitido si es parte de tu trabajo. Encima, me trataste como un potencial delincuente por usar gorra al alegar el motivo de seguridad, aquí creen que todos los que usan gorra son potenciales delincuentes.
- Pero entonces sos un boludo.
- Ah no, como me faltás el respeto te vas a tener que retirar.
- Claro, vos no me lo faltaste al tratarme de delincuente por usar una gorra. No me interesa quedarme en un lugar así.

En eso veo que los amigos se habían ido a la vuelta, así que me dirijo a saludarlos.
- Si no te retirás voy a llamar a la policía.
- Si querés, llamala - le contesto indiferente y rápidamente saludo a mis amigos.
- ¡Para qué tanto lío, te la hubieras sacado y listo! Te calentaste al pedo.
- No me calenté, me indigna lo que hacen en este lugar y no pienso gastar un peso acá así que me voy. Nos vemos - contesté rápidamente, tras lo cual salí ofuscado del local.

A la vuelta vine barajando varias posibilidades, la primera de ellas era hacer una denuncia por discriminación. Pero lo que prevaleció de seguro era dejarlo registrado. Porque lo que me indignó no fue sacarme la gorra, que de hecho lo hice apenas me lo solicitaron, sino el enterarme de la estupidez hecha norma que regía en este lugar y probablemente, según los propios dichos de los empleados, de otros lugares a los cuales no he asistido o tuve la fortuna de evitar la situación al sacármela por tratarse de un gorro polar para el frío con una pequeña visera; lo más irónico, de primera marca. Está claro que no soy el objetivo de esta norma pero eso es justamente lo que le da el carácter discriminatorio: un usuario de gorra carga con un estigma social, en plena moda hip-hop donde cualquier adolescente la lleva puesta. Es totalmente estúpido que tenga que sacársela porque a alguien se le ocurra peligrosa.
Mientras tanto, en la tele pueden verse asaltos a cara descubierta filmados por las cámaras de seguridad.

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