Sobre la segunda parte del relato anterior, El imperio de la imagen, donde contrasto dos situaciones que también son fieles reflejos de dos mundos, por así decirlo, pero de una misma realidad.
En la escuela está contemplado dentro del acuerdo de convivencia que los alumnos no deben llevar gorras al establecimiento así como otros accesorios que no formen parte de lo necesario para las clases para así evitar cualquier problema, como cuando se los sacan entre ellos o lo pierden o se distraen, interrumpiendo la clase. Además, tanto la mayoría de las gorras como los auriculares o celulares, por mencionar tres accesorios muy utilizados, son relativamente costosos, con lo cual su inclusión en la clase aporta más problemas que soluciones. Así y todo, esto es totalmente discutible en la comunidad educativa y se puede modificar.
Por eso veo un contraste enorme entre una y otra actitud, aún ignorando todo esto me tomé siempre el trabajo de aclarar el por qué y de asegurarme que queden a resguardo, siempre tratando de evitar conflictos innecesarios.
Sin embargo, con la actitud discriminatoria de lugares como el que menciono en mi relato lo único que se logra es generar un estigma más, entre los tantos otros que ya existen. Y a provocar la rebeldía de los jóvenes incluso en ámbitos donde carece de sentido.
Por otro lado, no podemos ignorar el sentido de la aplicación del código de faltas de la provincia, el cual reviste de carácter legal ésta y otras prácticas aún peores, motivo por el cual ha generado todo un movimiento denominado precisamente Marcha de la Gorra, el cual invito a considerar dada las actuales problemáticas que plantea. En ellas queda al desnudo la política represiva del gobierno, que viene a sumar otro fundamento a mi planteo acerca de su política de la imagen, donde todo se hace para generar apariencias, en este caso, la sensación de seguridad inundando de policías los barrios marginados, deteniendo a jóvenes estigmatizados. Mientras tanto, los verdaderos delincuentes siguen libres y no sólo eso, se dan el lujo de manejar los hilos del poder a costa nuestra y en especial, de los más débiles. Sí, no me olvido de los jubilados a los que le pagan seis meses después las actualizaciones de sueldos, un verdadero recorte encubierto.
En la escuela está contemplado dentro del acuerdo de convivencia que los alumnos no deben llevar gorras al establecimiento así como otros accesorios que no formen parte de lo necesario para las clases para así evitar cualquier problema, como cuando se los sacan entre ellos o lo pierden o se distraen, interrumpiendo la clase. Además, tanto la mayoría de las gorras como los auriculares o celulares, por mencionar tres accesorios muy utilizados, son relativamente costosos, con lo cual su inclusión en la clase aporta más problemas que soluciones. Así y todo, esto es totalmente discutible en la comunidad educativa y se puede modificar.
Por eso veo un contraste enorme entre una y otra actitud, aún ignorando todo esto me tomé siempre el trabajo de aclarar el por qué y de asegurarme que queden a resguardo, siempre tratando de evitar conflictos innecesarios.
Sin embargo, con la actitud discriminatoria de lugares como el que menciono en mi relato lo único que se logra es generar un estigma más, entre los tantos otros que ya existen. Y a provocar la rebeldía de los jóvenes incluso en ámbitos donde carece de sentido.
Por otro lado, no podemos ignorar el sentido de la aplicación del código de faltas de la provincia, el cual reviste de carácter legal ésta y otras prácticas aún peores, motivo por el cual ha generado todo un movimiento denominado precisamente Marcha de la Gorra, el cual invito a considerar dada las actuales problemáticas que plantea. En ellas queda al desnudo la política represiva del gobierno, que viene a sumar otro fundamento a mi planteo acerca de su política de la imagen, donde todo se hace para generar apariencias, en este caso, la sensación de seguridad inundando de policías los barrios marginados, deteniendo a jóvenes estigmatizados. Mientras tanto, los verdaderos delincuentes siguen libres y no sólo eso, se dan el lujo de manejar los hilos del poder a costa nuestra y en especial, de los más débiles. Sí, no me olvido de los jubilados a los que le pagan seis meses después las actualizaciones de sueldos, un verdadero recorte encubierto.
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