Esta imagen recurrente en las redes sociales reclamando una educación adaptada a cada educando, para evaluarlo según sus capacidades, me llamó la atención por lo que propone. A primera vista, no podría sino estar de acuerdo.
Sin embargo, esta forma de pensar tiene una severa trampa: la adaptación es una parte fundamental en la supervivencia de las especies y la nuestra no es la excepción. Pretender adaptar todo a cada alumno no sólo es impracticable en el sistema educativo formal (requeriría un docente cada dos o tres alumnos) sino que acentúa aún más las diferencias y las especialidades. Es lo que se viene haciendo, de hecho, desde la formación académica universitaria donde uno puede ser un experto en algo muy específico y un nabo total en la vida. Hoy estamos llamados a integrar varias áreas, se habla de de trabajar interdisciplinariamente, pero como siempre desde las palabras, no desde la sabiduría. La sabiduría requiere investigación, estudio, mucho trabajo, pero también experiencia, de hecho no es más que sacarle provecho a esta última a partir de la reflexión. Quien no sabe lo que es dar clases, quien no cuenta con la enriquecedora experiencia (que cuesta más de un dolor de cabeza y enormes dosis de paciencia y de amor por esta noble tarea) puede caer más fácilmente en estas frases hechas. Lo que dice Einstein, según esta publicación, está equivocado en el primer punto. Todo el mundo no es un genio pues la genialidad requiere de desarrollo, aunque nos acostumbran a creer lo contrario, y no todo el mundo se desarrolla de la misma forma. Lo que debería decir es que todos somos seres inteligentes, en el sentido actual del término que acepta una multiplicidad de variedades de inteligencia. No es lo mismo ser inteligente a ser un genio. Por otra parte, el genio sabe que es capaz de "subir al árbol" pero se resiste por convicción ante una consigna que le parece estúpida. Hoy hablamos de "salir de la zona de confort" como necesario para crecer. Entonces, si nos quedamos con esa resistencia y nada más, no salimos de la zona de confort, ergo difícilmente haya aprendizaje. El aprendizaje lo vemos a partir de ese deseado crecimiento, pero es algo que debe ser puesto a prueba para confirmarse, de allí la necesidad de evaluar. Sería ideal una autoevaluación, pero en el caso de adolescentes (menos aún niños) es necesario una evaluación propuesta, por supuesto acorde a sus capacidades.
La segunda falsedad es acerca de las supuestas diferencias tan abismales entre las capacidades de los alumnos. La frase se contradice de plano al afirmar que TODO el mundo es un genio y luego acentúa en una diferencia que es inverosímil (a menos que la evaluación sea un absurdo total al estilo del gráfico) y que de hecho no es así en la realidad. La carga genética está ultravalorada y en la práctica tiene una mínima incidencia en estas diferencias, por lo cual son casi en su totalidad producto de las diferentes crianzas de cada uno, de cómo se forjó cada alumno. La escuela intenta equiparar esas diferencias y lograr inculcarles contenidos básicos que considera esenciales para la vida cotidiana o como base para la continuación de estudios. A esto me refiero con adaptación. Los seres humanos creamos un mundo tremendamente sofisticado, creo firmemente que no somos conscientes de lo complejo de nuestro mundo artificial, de nuestra forma de vida, de todas las demandas que pesan sobre cada individuo para tan sólo integrar una comunidad, una sociedad. Además del manejo de un complejo lenguaje, el cual hay que comprender de manera oral y escrita solamente para poder comunicarse, existen un sinfín de conocimientos que nos son indispensables para interactuar con el medio en el cual vivimos. Y eso lo tiene que hacer cualquier persona, pues de lo contrario depende de otra que sí lo haga. Hoy hablamos de otros tipos de alfabetismos, es un concepto muy acertado dado su implicancia en el mundo real. Por supuesto, la escuela enfrenta el desafío de seleccionar los contenidos que considere fundamentales para impartírselos a los niños y jóvenes, está supliendo en realidad una tarea formativa que recalaba en la familia. La escuela es una institución y como tal es mucho más genérica que la familia, lo cual ya presenta un obstáculo insalvable en la propuesta.
Finalmente, creo que hay una confusión generalizada acerca del rol de la escuela en torno a la educación. Desde las últimas décadas asistimos a una simplificación muy peligrosa acerca del ámbito educativo, que en muchos casos se torna reducción, de la educación a lo realizado por las escuelas. Esto tiene que ver con un fracaso de las políticas de Estado y con la consigna de "la escuela como transformadora de la sociedad". Esto ya lo traté anteriormente y excede a este comentario, pero insisto en la falsedad de este precepto por exagerado y porque es producto de una visión romántica de la educación que le viene como anillo al dedo a los gobiernos de turno.
La sugerencia de siempre es revisar esas capacidades y habilidades que demuestra el niño (recordemos que habitualmente no mostramos todas) para tener en cuenta a la hora de proponerse metas y por consiguiente de evaluar lo conseguido. El resto es estúpido, al decir de Jaime Barylko, por ser simple repetición sin pensar.
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