Es bastante habitual leer o escuchar la palabra deconstrucción, especialmente en círculos académicos o vinculados a sectores intelectuales, pero últimamente se impone como un signo de época: al parecer, la propuesta pasa por deconstruir para abordar los temas más puzantes. Como si de una nueva vanguardia se tratara, tal como sucedió con la dialéctica, el materialismo dialéctico, la fenomenología, el estructuralismo, el existencialismo y un largo et cétera de propuestas que supieron estar "en boga". Cada una de ellas, como aquel famoso uso de la mayéutica y la ironía que citaba Platón acerca de su maestro Sócrates (y que al día de hoy no sabemos si existió o fue un personaje) han dejado su huella no sólo en la filosofía sino también en nuestra forma de concebir al mundo y de vivir en él. Un rasgo interesante que nos habla de una época es poder relacionar cada propuesta predominante o vanguardista con ella precisamente porque no es casual que logre tal relevancia en esa situación. Entonces, esta moda de deconstrucción puede ayudar a comprender la época actual en la cual adquirió tal relevancia.
De hecho, una característica fundamental es su especificidad y explicitación: su autor, Derrida, menciona el concepto situado en un contexto y para un fin determinado, incluso delimitándolo con otro término, falogocentrismo.
Lo interesante viene dado porque propone un desmontaje de un constructo intelectual planteado desde el lenguaje pero con un objetivo o fin explícito: romper el automatismo de la "cadena de montaje", o sea, implica la toma de conciencia acerca de esa ruptura y de aceptar las múltiples posibilidades que se abren a partir de esa ruptura.
Sin lugar a dudas, no le podemos quitar mérito por su ambición: lograr concretarlo implica no solamente poder analizar sino romper con prejuicios y preconceptos e incluso permitirse ir más allá de los límites que nuestra cultura (en el sentido más amplio del término) nos ha limitado. Puesto ya así, de arranque nos plantea tamaña hazaña que parece al menos encaminarse hacia toda una revolución. Es motivador, es emocionante, es inspirador; en definitiva es muy tentador verse involucrado en semejante cruzada. Tanto que me llama a preguntarme algo tan simple como ¿Cómo no se le ocurrió a nadie antes?
¿Cuánto de original tiene esta propuesta? ¿Qué la hace diferente? En todo caso ¿Por qué ahora y no antes?
Llama profundamente la atención que en todo lo mencionado no aparezca un solo tema, ni una sola cuestión que sea realmente novedosa. Ni el machismo, ni el logocentrismo, ni el patriarcado, ni la interpretación del lenguaje o su análisis, ni siquiera la singularidad o pluridad semántica son conceptos novedosos. Más aún, la propuesta concreta de cuestionar esos conceptos, la metodología misma incluido, tampoco. De hecho, en varias disciplinas científicas se han propuesto cuestiones similares mucho antes, tanto desde la psicología como desde la antropología o incluso desde la sociología. En ese caso, nos marca claramente la tendencia de nuestra época, de un agotamiento de los rumbos planteados a partir de esas propuestas "sin rumbo previo". Es el propio agotamiento de una época, precisamente coincide y no casualmente con este gran cambio que estamos viviendo desde que la modernidad estallara en mil pedazos. Es un final que a su vez anuncia un comienzo, donde finalmente se van a otorgar otros sentidos, con deconstrucción o sin ella, tal como viene sucediendo a lo largo de nuestra historia.
Nuevamente, cuando parecía agotarse el material objeto de crítica aparece una nueva pandemia que, de acuerdo a las concepciones de la época, nos obliga a una nueva configuración. Otras epidemias han sido abordadas de manera muy diferente, pero en la actualidad vemos claramente que se ha conseguido en muchas naciones obligar a la población a realizar acciones impensadas décadas atrás, como el confinamiento masivo. Este acatamiento resolutivo contrasta claramente con una propuesta "deconstructiva" la cual no fue pensada para circunstancias excepcionales que requieren cierta capacidad de resolución. Sin restarle importancia a los cuestionamientos que realiza, las prioridades claramente pasaron (y pasan) por otro lado, al menos para las autoridades y la mayoría de la población. De hecho, uno de los problemas acuciantes fue la conviviencia obligada de parejas o familias con violencia de género, así como la situación desesperante de millones de mujeres sostén
de familia que se encontraron sin recursos y sin fuentes de ingresos, por mencionar solo algunos.
¿Basta con abrir el juego a las posibilidades? ¿Es solo una cuestión discursiva, del mensaje?
Nuestra vida nos exige, querramos o no, tomar ciertas decisiones, elecciones y actuar de acuerdo a ellas. En ocasiones como ésta, incluso la propia indecisión o también la inacción cuentan y marcan diferencia. Por ejemplo, no contemplar una determinada estrategia para afrontar el aislamiento específico en los casos de violencia de género, lo cual sabemos que trae aparejado más muertes. Es un dato estadístico no menor y quizás aquí, más que deconstrucción, se necesita voluntad y decisión política en pos de un problema harto abordado en los últimos tiempos.
Es en ese sentido que enciendo la alarma, pues hay cierta desvinculación, cierta indefinición en la propuesta que deja un vacío que, de alguna u otra manera, se termina ocupando siempre y es precisamente allí donde reside su principal falencia.
Como hijos de una generación, de una época, pero fundamentalmente cada uno de nosotros somos hijos de una cultura que nos ha moldeado en parte y de la cual, nos guste o no, no podremos prescindir, nos toca jugar nuestro rol teniendo en cuenta que cualquier cambio posible, comenzando por nosotros mismos, solo podría ser llevado adelante por generaciones venideras que necesitarán ciertas definiciones, ciertas certidumbres a las cuales aferrarse desde sus primeros años y que ninguna elección posible nos puede asegurar que hayamos hecho la mejor posible. Quizás sea la hora de asumir las incertidumbres que nos atraviesan y tener la valentía, la voluntad necesarias para hacernos cargo de las elecciones que nos toquen.
De hecho, una característica fundamental es su especificidad y explicitación: su autor, Derrida, menciona el concepto situado en un contexto y para un fin determinado, incluso delimitándolo con otro término, falogocentrismo.
Lo interesante viene dado porque propone un desmontaje de un constructo intelectual planteado desde el lenguaje pero con un objetivo o fin explícito: romper el automatismo de la "cadena de montaje", o sea, implica la toma de conciencia acerca de esa ruptura y de aceptar las múltiples posibilidades que se abren a partir de esa ruptura.
Sin lugar a dudas, no le podemos quitar mérito por su ambición: lograr concretarlo implica no solamente poder analizar sino romper con prejuicios y preconceptos e incluso permitirse ir más allá de los límites que nuestra cultura (en el sentido más amplio del término) nos ha limitado. Puesto ya así, de arranque nos plantea tamaña hazaña que parece al menos encaminarse hacia toda una revolución. Es motivador, es emocionante, es inspirador; en definitiva es muy tentador verse involucrado en semejante cruzada. Tanto que me llama a preguntarme algo tan simple como ¿Cómo no se le ocurrió a nadie antes?
¿Cuánto de original tiene esta propuesta? ¿Qué la hace diferente? En todo caso ¿Por qué ahora y no antes?
Llama profundamente la atención que en todo lo mencionado no aparezca un solo tema, ni una sola cuestión que sea realmente novedosa. Ni el machismo, ni el logocentrismo, ni el patriarcado, ni la interpretación del lenguaje o su análisis, ni siquiera la singularidad o pluridad semántica son conceptos novedosos. Más aún, la propuesta concreta de cuestionar esos conceptos, la metodología misma incluido, tampoco. De hecho, en varias disciplinas científicas se han propuesto cuestiones similares mucho antes, tanto desde la psicología como desde la antropología o incluso desde la sociología. En ese caso, nos marca claramente la tendencia de nuestra época, de un agotamiento de los rumbos planteados a partir de esas propuestas "sin rumbo previo". Es el propio agotamiento de una época, precisamente coincide y no casualmente con este gran cambio que estamos viviendo desde que la modernidad estallara en mil pedazos. Es un final que a su vez anuncia un comienzo, donde finalmente se van a otorgar otros sentidos, con deconstrucción o sin ella, tal como viene sucediendo a lo largo de nuestra historia.
Nuevamente, cuando parecía agotarse el material objeto de crítica aparece una nueva pandemia que, de acuerdo a las concepciones de la época, nos obliga a una nueva configuración. Otras epidemias han sido abordadas de manera muy diferente, pero en la actualidad vemos claramente que se ha conseguido en muchas naciones obligar a la población a realizar acciones impensadas décadas atrás, como el confinamiento masivo. Este acatamiento resolutivo contrasta claramente con una propuesta "deconstructiva" la cual no fue pensada para circunstancias excepcionales que requieren cierta capacidad de resolución. Sin restarle importancia a los cuestionamientos que realiza, las prioridades claramente pasaron (y pasan) por otro lado, al menos para las autoridades y la mayoría de la población. De hecho, uno de los problemas acuciantes fue la conviviencia obligada de parejas o familias con violencia de género, así como la situación desesperante de millones de mujeres sostén
de familia que se encontraron sin recursos y sin fuentes de ingresos, por mencionar solo algunos.
¿Basta con abrir el juego a las posibilidades? ¿Es solo una cuestión discursiva, del mensaje?
Nuestra vida nos exige, querramos o no, tomar ciertas decisiones, elecciones y actuar de acuerdo a ellas. En ocasiones como ésta, incluso la propia indecisión o también la inacción cuentan y marcan diferencia. Por ejemplo, no contemplar una determinada estrategia para afrontar el aislamiento específico en los casos de violencia de género, lo cual sabemos que trae aparejado más muertes. Es un dato estadístico no menor y quizás aquí, más que deconstrucción, se necesita voluntad y decisión política en pos de un problema harto abordado en los últimos tiempos.
Es en ese sentido que enciendo la alarma, pues hay cierta desvinculación, cierta indefinición en la propuesta que deja un vacío que, de alguna u otra manera, se termina ocupando siempre y es precisamente allí donde reside su principal falencia.
Como hijos de una generación, de una época, pero fundamentalmente cada uno de nosotros somos hijos de una cultura que nos ha moldeado en parte y de la cual, nos guste o no, no podremos prescindir, nos toca jugar nuestro rol teniendo en cuenta que cualquier cambio posible, comenzando por nosotros mismos, solo podría ser llevado adelante por generaciones venideras que necesitarán ciertas definiciones, ciertas certidumbres a las cuales aferrarse desde sus primeros años y que ninguna elección posible nos puede asegurar que hayamos hecho la mejor posible. Quizás sea la hora de asumir las incertidumbres que nos atraviesan y tener la valentía, la voluntad necesarias para hacernos cargo de las elecciones que nos toquen.
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