La situación ya de por sí crítica en que nos situó la pandemia agrava aún más la que arrastramos en Argentina debido a la estrategia histórica de una clase dominante, una oligarquía, que aliada firme al capitalismo nos continúa expoliando en todo sentido, no solo a la mayoría de los argentinos sino a nuestro propio medio.
La introducción de la megaminería o los transgénicos aliados a agroquímicos (el glifosato no es el único ni el peor) son muestras de esta alianza estratégica donde el país en conjunto obtiene más destrucción y más muerte para beneficio de unos pocos.
El daño causado repercute en todo el ecosistema, en el sentido amplio del término, y tiene efectos a largo plazo que las grandes mayorías no han alcanzado a comprender, pero que se están evidenciando tanto en el mismo medio ambiente (ej. la desforestación del bosque nativo) como en la población (ej. el aumento de enfermedades).
Un grupo cada vez mayor de reconocidos científicos no solo empezó a advertir sobre esto sino que lo respaldó con sus propias investigaciones, demostrando que estaban causando daños irreparables: las mineras sí contaminan el agua de los ríos y el glifosato si potencia el riesgo de contraer enfermedades terminales como el cáncer.
Sin embargo, ninguna autoridad o gobierno se hizo eco de esto y se limitaron a contentar a las poblaciones importantes que lo reclamaron a fijar límites para los agroquímicos. En cuanto a la megaminería, si bien algunos proyectos se frenaron, todo el resto pudo continuar su explotación como si no hubiese pasado nada.
Esa complicidad criminal de parte del Estado, con los sectores económicos privilegiados por esa explotación, se tornaron en una especie intocable a toda costa. Como si nuestra supervivencia dependiera de ello.
Argentina, por el contrario, es un país basto en extensión y en recursos, pero además cuenta con una producción "alternativa" que viene siendo marginada y ninguneada desde ya hace varias décadas, justamente desde la conformación de esas alianzas. Es así que frente a la explotación a gran escala se han organizado cientos de cooperativas y de pequeños productores que apuestan por una producción sustentable, la misma que desde la ONU y la FAO se propugna, la misma que de hecho se impulsa en las principales economías europeas y, aunque más marginalmente, en los EEUU. Por si esto no bastase, desde el INTA se ha demostrado que las producciones denominadas agroecológicas son sostenibles económicamente y brindan rindes másque aceptables, con los cuales se cae la excusa de la falta de rentabilidad. Más aún, en el caso de los alimentos orgánicos, las oportunidades desperdiciadas provocan la pérdida de participación en un mercado cada vez mayor, el cual virtuosamente genera también miles de puestos de trabajo.
Es decir, la Argentina tiene la oportunidad de generar una reactivación económica a partir del cambio estratégico hacia una producción de alimentos que no solo cubre nuestra soberanía alimentaria sino que a partir del excedente a exportar brindaría suficientes ingresos para reactivar industrias, empleos y comercios. Por supuesto, esto es un proceso paulatino y demanda un gran compromiso de parte de los sectores productivos, financieros y políticos.
Sin embargo, nuevamente los sectores de poder deciden tomar la opción más fácil y más rentable para ellos a costa de la destrucción del país. La posibilidad de introducir una producción intensiva animal nos lleva al borde de un apocalipsis, pues en un país reñido con los controles y las "buenas prácticas" (aunque gasten millones para inundarnos con publicidad diciendo lo contrario) pretenden introducir el factor que generó la gripe porcina y la gripe aviar y que probablemente esté detrás de esta gripe pandémica que estamos atravesando.
Todos los países que introdujeron este tipo de producción vienen padeciendo enfermedades endémicas continuamente y son un verdadero riesgo para nuestra salud. Bastaría ver lo que generó en un país tan organizado como China para imaginar lo que sucedería si se desata algo similar aquí como para oponer nuestro más enérgico rechazo.
Por esto es necesario no quedarnos en la simple denuncia y protesta, necesitamos que los referentes puedan plantarse no solo frente a nuestro gobierno sino también concertar junto con la comunidad internacional a que países como China cambien su política productiva alimentaria. Es un error que ya estamos pagando toda la humanidad y que de sostenerse puede generar consecuencias devastadoras.
Las alternativas existen, son válidas y pueden implementarse, solo hace falta voluntad y compromiso, el mismo que nos piden a la hora de enfrentarnos a la pandemia.
La introducción de la megaminería o los transgénicos aliados a agroquímicos (el glifosato no es el único ni el peor) son muestras de esta alianza estratégica donde el país en conjunto obtiene más destrucción y más muerte para beneficio de unos pocos.
El daño causado repercute en todo el ecosistema, en el sentido amplio del término, y tiene efectos a largo plazo que las grandes mayorías no han alcanzado a comprender, pero que se están evidenciando tanto en el mismo medio ambiente (ej. la desforestación del bosque nativo) como en la población (ej. el aumento de enfermedades).
Un grupo cada vez mayor de reconocidos científicos no solo empezó a advertir sobre esto sino que lo respaldó con sus propias investigaciones, demostrando que estaban causando daños irreparables: las mineras sí contaminan el agua de los ríos y el glifosato si potencia el riesgo de contraer enfermedades terminales como el cáncer.
Sin embargo, ninguna autoridad o gobierno se hizo eco de esto y se limitaron a contentar a las poblaciones importantes que lo reclamaron a fijar límites para los agroquímicos. En cuanto a la megaminería, si bien algunos proyectos se frenaron, todo el resto pudo continuar su explotación como si no hubiese pasado nada.
Esa complicidad criminal de parte del Estado, con los sectores económicos privilegiados por esa explotación, se tornaron en una especie intocable a toda costa. Como si nuestra supervivencia dependiera de ello.
Argentina, por el contrario, es un país basto en extensión y en recursos, pero además cuenta con una producción "alternativa" que viene siendo marginada y ninguneada desde ya hace varias décadas, justamente desde la conformación de esas alianzas. Es así que frente a la explotación a gran escala se han organizado cientos de cooperativas y de pequeños productores que apuestan por una producción sustentable, la misma que desde la ONU y la FAO se propugna, la misma que de hecho se impulsa en las principales economías europeas y, aunque más marginalmente, en los EEUU. Por si esto no bastase, desde el INTA se ha demostrado que las producciones denominadas agroecológicas son sostenibles económicamente y brindan rindes másque aceptables, con los cuales se cae la excusa de la falta de rentabilidad. Más aún, en el caso de los alimentos orgánicos, las oportunidades desperdiciadas provocan la pérdida de participación en un mercado cada vez mayor, el cual virtuosamente genera también miles de puestos de trabajo.
Es decir, la Argentina tiene la oportunidad de generar una reactivación económica a partir del cambio estratégico hacia una producción de alimentos que no solo cubre nuestra soberanía alimentaria sino que a partir del excedente a exportar brindaría suficientes ingresos para reactivar industrias, empleos y comercios. Por supuesto, esto es un proceso paulatino y demanda un gran compromiso de parte de los sectores productivos, financieros y políticos.
Sin embargo, nuevamente los sectores de poder deciden tomar la opción más fácil y más rentable para ellos a costa de la destrucción del país. La posibilidad de introducir una producción intensiva animal nos lleva al borde de un apocalipsis, pues en un país reñido con los controles y las "buenas prácticas" (aunque gasten millones para inundarnos con publicidad diciendo lo contrario) pretenden introducir el factor que generó la gripe porcina y la gripe aviar y que probablemente esté detrás de esta gripe pandémica que estamos atravesando.
Todos los países que introdujeron este tipo de producción vienen padeciendo enfermedades endémicas continuamente y son un verdadero riesgo para nuestra salud. Bastaría ver lo que generó en un país tan organizado como China para imaginar lo que sucedería si se desata algo similar aquí como para oponer nuestro más enérgico rechazo.
Por esto es necesario no quedarnos en la simple denuncia y protesta, necesitamos que los referentes puedan plantarse no solo frente a nuestro gobierno sino también concertar junto con la comunidad internacional a que países como China cambien su política productiva alimentaria. Es un error que ya estamos pagando toda la humanidad y que de sostenerse puede generar consecuencias devastadoras.
Las alternativas existen, son válidas y pueden implementarse, solo hace falta voluntad y compromiso, el mismo que nos piden a la hora de enfrentarnos a la pandemia.
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