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El mito de la mano dura como medida frente a la inseguridad

 Desigualdad y Delito

Desde hace varias décadas se intenta establecer si existe una correlación entre estos factores, dicho simple, si la mayor desigualdad genera mayor delito o inclusive si al disminuir la desigualdad se consigue disminuir el delito. 

Primero, que son dos argumentos bien distintos hasta lógicamente. 

Si lo planteamos como una implicación, sería que al aumentar la desigualdad aumenta la delincuencia. Esto es equivalente a decir que al disminuir la delincuencia  también disminuye la desigualdad; muy distinto a decir que disminuir la desigualdad disminuye también la delincuencia. 

Esto lo aclaro porque veo artículos que atacan este último planteo, por ejemplo diciendo que en Argentina durante el gobierno kirchnerista hubo una disminución de la desigualdad pero no se dió una disminución del delito1

En vez de polemizar acerca de esos postulados que, como se puede observar, no presentan datos ni trabajo de campo alguno citado pese a firmarlos un doctor en Sociología del por estos tiempos cuestionado CONICET, voy a proceder a citar otra fuente de dudoso origen marxista como es el propio Banco Mundial. 

En este artículo se menciona un estudio realizado en diversos municipios de México, país asolado por la delincuencia y la corrupción desde décadas, y cómo las políticas redistributivas, el fomento del trabajo y las políticas sociales ayudaron a disminuir no solo la desigualdad sino también los altos índices de delitos.  En realidad, lo que aclara el autor del estudio es que, como mencioné anteriormente, son las mayores desigualdades sociales las que disminuyen las oportunidades de los más pobres y por lo tanto tienen mayores posibilidades de involucrarse en actos delictivos, fenómeno que se conoce como vulnerabilidad social. 

La marginalidad no es sinónimo de delincuencia, la vulnerabilidad tampoco. Pero la romantización de la pobreza en la que se insiste desde los medios masivos y desde sectores conservadores de la sociedad, en la cual se es muy pobre pero honrado, constituye a la vez una distorsión reduccionista de la realidad de millones de personas. 

De hecho, los países que han conseguido erradicar con éxito carteles de drogas, redes de trata de personas, contrabando de armas, etc han optado por un enfoque mucho más amplio que el clásico de "mano dura". Se necesitó de tender redes sociales de contención entre las víctimas, de atacar las raíces del conflicto y no solo las consecuencias, y para ello se concentraron en dismimuir la vulnerabilidad social y aumentar la integración social. En nuestros países se habla de inserción social como instancia superadora de la integración, cuando en realidad en la práctica es un eufemismo para forzar la homogeneización social y el pensamiento único. Es en el respeto a la diversidad, dentro de una auténtica convivencia  entre diferentes que nos hace a todos ciudadanos plenos y no meros ciudadanos de segunda o tercera categoría, como de hecho sucede aquí mismo en Argentina. 

La cuestión de achacarle a nuevos sujetos y actores sociales responsabilidades de viejos problemas no es nuevo y lamentablemente sigue vigente. Históricamente Argentina es un país subdesarrollado que nunca estuvo ni cerca de ser potencia mundial, por más que un sector fanatizado diga lo contrario, y este se debe principalmente por no desarrollar su industria y sufrir una y otra vez boicots tanto locales como extranjeros de sectores a los cuales les beneficia un modelo subdesarrollado.  Son las élites argentinas las responsables en primera instancia de nuestro fatídico destino y hoy, luego de andar unos 40 años en democracia, bien cabe señalar que como sociedad nos debemos un gigantezco mea culpa por seguirlos apoyando, no solo con el voto en numerosas ocasiones, sino fundamentalmente en la ideología dominante. La idea que está bien que haya multimillonarios que ganen más, la ingenuidad de creer que lograron encumbrarse trabajando e ignorar cómo se beneficiaron siempre del Estado e incluso a su costa, que el problema son los pobres que son vagos y quieren vivir de planes, el Estado que debe achicarse o que la inflación es causada por la emisión monetaria son solo algunas de las mentiras o bulos que mucha gente repite como si dijera que necesita oxígeno para sobrevivir. 

Hay una tendencia en Argentina, luego de la dictadura del '76 y en especial luego de la caída del muro de Berlín, de desechar y desacreditar a la izquierda marxista y todo lo que de ella emane. De hecho, en la actualidad llegamos al extremo absurdo y enfermo de teñir todo lo que no se ajuste al ideal libertario como comunista por parte de Milei y sus fanáticos. Pero esto no es ajeno al resto de la sociedad, quien sin tanto extremismo coincide esencialmente con esas ideas. Al punto que caen en la trampa de confundir al kirchnerismo que gobernó con la izquierda, algo que carece de sentido simplemente repasando sus políticas de gobierno. Esto impide en la práctica que ninguna fuerza de izquierda sea tomada como alternativa, pese a que hoy el único frente o alianza electoral que se mantiene vigente es nada menos que el FIT-U. Muy por el contrario, el grueso del electorado argentino se mantiene alejado de esa opción política, sobre la cual se descarga toda la frustración y el resentimiento social expresado sobre su apoyo a los piqueteros y el campo popular. Es curioso como en la Argentina se utiliza como chivo expiatorio y fuente de todos los males a este sector que irrumpió en el escenario político de la mano de la peor crisis política de la democracia durante diciembre de 2001 y que había nacido como respuesta a la mayor desocupación registrada durante el segundo gobierno de Menem. Es decir, la inversión de las causas y las consecuencias es una de las falacias más frecuentes en la política y la economía argentinas.  Del mismo modo, se intenta explicar que la emisión monetaria causa inflación cuando en realidad es exactamente al revés; la inflación causada por un acuerdo leonino con el FMI que devenga intereses usurarios diariamente, las frecuentes devaluaciones que causan el incremento del costo de importaciones, los subsidios a grandes empresas y fundamentalmente la cartelización que provoca la concentración de sectores estratégicos de la economía en un puñado de personas y no del Estado como quieren hacer creer pareciera no tener nada que ver con ello. 

Es un país que ha perdido su tradición democrática activa, se perdió la posibilidad de dialogar francamente y debatir ideas y se cambió por el insulto y la desacreditación, peor aun sin mediar ni fundamentos ni estudios científicos ni prueba empírica alguna. Es también una época donde los más poderosos tomaron nota y supieron copar las redes sociales y explotar, a partir de sus nuevos agentes o influencers, las debilidades de esa gran masa acrítica que fue cayendo incautamente en su trampa. Que hoy un tipo como Milei, que se parece más a un villano de cómic que a un presidente, tenga a buena parte de la población, en especial entre los jóvenes, comiendo de la mano, nos da cuenta de un grado de degradación social que se asemeja al de la nefasta década infame. De hecho, su estrategia de transar con la casta que decía combatir y convertirse en casta, de buscar complicidades entre otras fuerzas políticas y llegar a gobernar mediante una coalición política contra el pueblo reeditaría las características fundamentales de aquella época. Contra esta idea, por ahora, el Poder Judicial le ha dado varios reveses tanto a su Decreto de Necesidad y Urgencia como a su megaproyecto legislativo, la "ley ómnibus", mediante la cual concentraría un poder desmedido para poner en marcha su plan de destrucción del Estado y su experimento libertario. 

Darle el poder a una persona con una inestabilidad psíquica evidente y un proyecto delirante no parece bastar para amedrentar a los diputados "dialoguistas" quienes se empeñan en modificarlo a su propia conveniencia y se disponen a aprobarlo. Si esto no constituye una prueba de la parasitaria clase política argentina dudo cuánto más el morbo social prentenda observar antes que sea demasiado tarde. Las consecuencias de semejantes actos pueden ser devastadoras, no solo en términos económicos sino en términos sociales. 

Tal como comencé este texto, la vulnerabilidad y la marginalidad se potencian al extremo con tales medidas y nada se propone para evitar desatar definitivamente el imperio narco en la Argentina. Creo que la mayoría de los argentinos no es consciente de lo que significa un libre mercado y un Estado ausente para el narcotráfico, incluso sin las organizaciones sociales que hoy luchan denodadamente contra el ingreso de jóvenes marginales en el mundo del narcotráfico. Es el caldo de cultivo perfecto para repetir, incluso de forma potenciada, lo ocurrido en Ecuador, donde el narcotráfico se adueña del país tras medidas de liberación de la economía y dolarización como las que propone Milei. Es un llamado de atención para comprender que es exactamente el camino contrario el que nos permite  buscar la salida, el de la integración, la solidaridad, el compromiso social y ciudadano. El de entender que necesitamos dejar de beneficiar a los más ricos para mejorar la vida de la clase trabajadora, que son estrategias excluyentes. 

O se busca una mayor desigualdad permitiendo que los ricos sean más ricos, y por ende los pobres más pobres e incluso que aumenten la cantidad de pobres tal como se plantea Milei; o por el contrario se tome el camino opuesto redistribuyendo la riqueza, invirtiendo desde el Estado de forma estratégica, para que ese puñado de multibillonarios deje de manejar el país a sus anchas y a costilla de los trabajadores e incluso la clase media. Esa es la verdadera disyuntiva hoy de la Argentina.

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