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"No eres filósofo, solo tienes Internet"

Video original de Cordura Artificial

Me gusta el título, porque en lo que a mí respecta hago filosofía desde que la conocí allá por 1997 en mi último año de secundaria en Adelia María (un pueblo del sur cordobés) donde nuestras compañeras nos miraban como bichos raros a mí y a otro cumpa, Martín (gracias eternas por acompañarme), cómo debatíamos sobre Kant o Kierkegaard. La "moda" era "El mundo de Sofía" de Jostein Gardner, una ficción acerca de una adolescente (sueca creo) cuyo padre le enviaba cartas relacionando su vida con la filosofía desde lugares remotos (trabajaba como diplomático o algo así) y nos pegó a varios estos debates entre corrientes filosóficas mucho antes que existiera Merlí y otras series sobre el tema.
De más está decir que Internet estaba en pañales (fui uno de los privilegiados primeros usuarios de esa zona) y todavía el mundo pasaba por la tele, las revistas y diarios, la radio y en menor medida ya, en los libros. De hecho, este libro es otro intento de acercar a los jóvenes no solo a la lectura que ya venía en retroceso sino a la práctica filosófica. Previo a esto, trabajamos con algunos artículos de otro filósofo, Jaime Barylko, quien abordaba temas cotidianos desde la filosofía en sus libros, como la propia noción de juventud estereotipada o la educación de los niños, entre otros. 
 
Como verás, nada demasiado rimbombante, nada de decir que leías a Hegel, Marx o Nietzsche. Pero a partir de esto y de mi simpatía por Sócrates me compré uno de los mejores libros sobre él escrito por Rodolfo Mondolfo. Ahí pude ver lo que hace un filósofo, no solamente pensar en los grandes temas que nos interpelan sino fundamentalmente investigar de forma científica para no caer en formulaciones pseudocientíficas (y no descubrir la pólvora o inventar la rueda). 
 
Más acá en el tiempo, en Argentina contamos con Darío Sztajnszrajber como un gran divulgador filosófico que innova al proponer un formato de foro en sus cursos de filosofía, de hacer radio o tevé además de escribir libros. 
Rescato de él la intencionalidad de no volverse un influencer sino de apuntalar la relación directa, cara a cara, la participación social física, en un intento de reconstrucción del tejido social que definitivamente se terminó de romper en la pandemia. 
Sin embargo, su populismo y su popularidad (que claramente son conceptos muy distintos) tapan a otros protagonistas de formatos innovadores, como Alfredo Mariano Olivera, creador en 1991 de la radio LT22 La Colifata, la primera en transmitir en vivo desde un hospital neuropsiquiátrico y en la cual existe hace años un segmento de filosofía. O de María Luisa Femenías, quien se encarga de enseñarnos cómo las mujeres filósofas o científicas fueron invisibilizadas gran parte de la historia en su libro, por citar dos ejemplos nomás.  
 
Ahora bien, el reconocer nuestra propia ignorancia al ir interiorizándonos en los planteamientos filosóficos que a lo largo de la historia inquietaron a otras personas, el aceptar el principio de incertidumbre que atraviesa lo intrísicamente humano y nos une a este universo donde vivimos, volvernos concientes de nuestra propia mirada personal y cómo nos sitúa en el mundo en primera persona contrastando con el hecho de que todas las ideas nos fueron inculcadas en la cultura que vivimos y parten desde ella, por nombrar algunos aprendizajes relacionados con esta práctica filosófica, nos permiten diferenciar entre esa práctica y la simple charlatanería o mera reproducción de ideas. 
 

Intento de síntesis de algunas ideas

  Sostengo la tesis que esta etapa de INTERNET donde las redes sociales son protagonistas representa un estadío temprano donde el "homo virtualis" (es más un chiste este término pero viene a cuento) recién comienza a distinguir entre mi propio ser y lo exterior, tal como hicimos todos de bebés. 
Por eso experimenta mirando alrededor, palpando, luego manipulando, luego llevándose todo a la boca, etc. 
 
  Hay una suerte de impunidad mediática que permite interactuar de otra manera por las redes sociales con total "libertinaje", como si lo que hago en ellas no tuviera consecuencias. Me recuerda a cómo se abordaba a la infancia y cómo se justificaban los actos más atroces contra bebés y niños pequeños en la creencia que ellos no sentían nada. Presumo que en un futuro esta etapa primitiva pueda ser vista y juzgada de forma similar a como lo hacemos con esa violencia pueril. 
Al menos en nuestras sociedades latinoamericanas occidentalizadas este comienzo de siglo XXI se caracteriza por la ausencia de ética. Quizás como consecuencia del retroceso en términos de autoridad de las doctrinas judeo-cristianas que inculcan su propia moral y que, frente a la ruptura que supone el posmodernismo de finales del siglo XX, reaccionan volviendo a las fuentes materiales del sistema imperante, el capitalismo, el cual se caracteriza precisamente por carecer de ética, pero es solamente una apreciación. 
 
  Es muy interesante revisar estas cuestiones pues encontramos sus conexiones y nos permiten comprender mejor lo que está pasando. 
  Observo un cambio muy profundo en todos los órdenes que la pandemia agudizó y que, me atrevo a decir, está provocando algo equivalente en términos históricos al proceso de cambio de una Edad a otra (como fue cambiando todo en distintos ámbitos desde la Edad Media hacia la Edad Moderna, por cierto malísimos los nombres para representar ideas tan importantes y complejas) con las mismas contradicciones, avances y retrocesos o desproporciones en el proceso al comparar diferentes ámbitos (es decir, que en algunos ámbitos se dan cambios más rápidos y en otros más lentos o aparentemente ningunos todavía, otra similitud con el proceso histórico mencionado) y que no sabemos hacia dónde va, ni siquiera podemos comprender, porque si algo lo caracteriza es su complejidad. 
 
  Esa complejidad alcanzada por el estado actual de la civilización (en singular a propósito de la globalización, claramente esto excluye otras culturas que afortunadamente aún sobreviven para recordarnos que este globalismo no es la realidad de todos los seres humanos) es lo que deja al descubierto los planteos absurdos y reduccionistas que inundan las redes sociales. Plagados de lugares comunes, ignorantes por completo de una vastedad de conocimientos que hace siglos es imposible condensar (pese a los intentos enciclopedistas) y menos aún poseer por una sola persona. Nos obliga a entender que esta complejidad no podemos abordarla de forma individual, nos obliga a recordar nuestro carácter colectivo, nuestra esencia gregaria. 
 
  Reivindico el lema de Taringa, aquello de la inteligencia colectiva que resultó una farsa en aquel entonces pero que hoy se vuelve una búsqueda necesaria para poder vivir en el mundo actual. 
  Romper con la lógica del influencer, donde una personalidad artificial creada para venderte cosas te dice qué comer, qué vestir, qué pensar, qué hacer en tu vida (y yo que renegaba de los curas de antaño, ¡los influencers son peores incluso que los padres posesivos!) para pasar a plantearnos entre todos qué es lo que pasa y qué podemos hacer. 
 
  Tengo la suerte de pertenecer a la vieja escuela y a la vez manejarme con las nuevas tecnologías, una suerte de bisagra entre el "mundo analógico" y el "mundo digital", un testigo privilegiado de todos estos cambios desde los '80. 
  Que la hemos liado parda no hay duda, pero que ya venimos cagados de antes también. Pasamos de la paranoia de una posible guerra nuclear a la caída del muro, el triunfalismo capitalista y su posterior declive, esta suerte de revolución informática y del conocimiento, la robótica y la nueva esperanza puesta en una tecnología para trabajar menos a una realidad donde sigue imperando la lógica del marginalismo económico, etc. 
  No hay mente humana ni hay sociedad que pueda digerir tal volumen de cambios y con tanta celeridad. Hay como una suerte de indigestión, tanto mental como social, de cambios muy abruptos que rompen con los tiempos necesarios para procesarlos. Encima las nuevas generaciones crecen rodeados de esa indigestión y al no ser conscientes de los cambios porque para ellos todo es novedoso (como nos pasa habitualmente en nuestro proceso de desarrollo) están más propensos a tomar como verdades las realidades que les presentan en esas redes sociales. Es como una suerte de knock out técnico a las generaciones "analógicas" que como padres no dan pie con bola pues no supieron ellos mismos lidiar con tales cambios. 
 
  En mi rol de docente (trabajo que ejercí más de 17 años) padecí la lógica de depositar en la escuela todas las esperanzas de sacar adelante a esta primera generación "digital" cuando todos sabíamos que las escuelas carecían de todo para hacerlo y que además no pueden (ni deben, al menos en esta sociedad) reemplazar a los padres o tutores en esa tarea. 
  Es el colmo del ridículo de una sociedad hipócrita que daba sus manotazos de ahogado en su desesperación frente a una realidad que la apabullaba.
  Por supuesto, es más fácil echarle la culpa de todo a la escuela.
 
  Lo más patético fue ver cómo durante la pandemia fracasaban las ideas de la educación virtual, no solo en las escuelas marginales o públicas sino también hasta en los institutos más exclusivos.
  Al parecer tuvieron un baño de realidad: nada reemplaza a las primeras experiencias de aprendizajes donde lo corpóreo es determinante.
  Aprendo no solo con mi mente, aprendo en un sentido vivencial, involucrando a todo mi ser, a mi participación y a mi presencia en ese acto. Aprendemos mejor junto a otros, compartiendo la experiencia.

En pocas palabras, descubrimos la pólvora. 

  Lo que cualquier docente decente debería denunciar, que somos víctimas de charlatanes que se dedican a dar charlas, conferencias y escribir libros acerca de algo que no saben y que los Estados son responsables por darles entidad para justificar sus nefastos sistemas (anti)educativos que son peores que los anteriores a las reformas educativas entre los '80s y '90s. 

  Reformas educativas elaboradas en función de lo que dicta el FMI y el Banco Mundial, lo cual nos da una idea acerca de porqué fracasan. 

  Ahora reforzadas por ideas disparatadas y peligrosas basadas en pseudociencias, como pretender enseñarles "educación emocional" (en lugar de la educación sexual integral) finanzas o robótica (cuando ni siquiera se los instruye correctamente en las bases matemáticas).

   Rescato justamente de Jaime Barylko su crítica a la película "La sociedad de los poetas muertos" donde desarticula el discurso liberal y les recuerda que el profesor encarnado por el querido actor Robin Williams se educó en ese sistema que defenestra y que llega a hacer esa crítica en gran parte gracias a esa educación recibida. 

  Lamentablemente constatamos que no estaba errado y que asistimos a un "neoidealismo" que continua negando el legado de Spinoza, Hegel o Marx.

  Cuidado incluso con la "deconstrucción" pues suele invocarse también de forma idealista, salteando cualquier rudimento de dialéctica. 

  Al menos acá en la Argentina (sospecho que no en exclusividad) nos volvimos hace décadas en campeones de tirar todo abajo, lo que hizo el otro está todo mal y hay que arrancar de cero, etc desde lo discursivo mientras seguimos siempre igual. Una suerte de "gattopardismo idealista", digamos que hay que cambiar todo para que en realidad nada cambie.

  El romanticismo (en menor medida) y el idealismo (en abrumadora mayoría) siguen siendo la moneda corriente: incluso hasta en filósofos encontrás planteos románticos e idealistas de lo más variados, sea de la oligarquía dominante como con Milei y los libertarios; sea con los gobiernos de Perón por los peronistas; sea con la nostalgia por la URSS por los stalinistas; sea por la vuelta a lo natural de la movida New Age o los mal llamados "hippies"; sea por el(los) dogma(s) cristiano(s) por parte de la multitud de sectas existentes, etc.

  Al parecer, creer en algo es el imperativo. 

  Partiendo de otra mala interpretación, que " nada existe más allá del texto", todo debe ser un relato, una narrativa, un cuentito. Justo cuando la estrategia marketinera imperante es exactamente esa, el involucrarnos en su narrativa, en que su producto sea parte de nuestra historia. Bastante conveniente, ¿no?

  El problema con esta conjunción entre creencias y relatos es que toda creencia es tomada como verdad, implica a la fé en su acepción más amplia. Creer en relatos implica fé e implica verdad en al menos la parte crucial de ese relato. Tanto la fé como la verdad anulan la incertidumbre y amordazan a la duda.

¿Cómo darle su lugar genuino a la duda, sin darle su lugar a la incertidumbre?

  Hace un rato recordaba cómo nuestra cultura, a través de ciertas tradiciones, nos presenta el dilema de la creencia, la manipulación y el engaño por un lado y de la contrastación empírica, el cuestionamiento y el desengaño por el otro. 

  Desde el cuentito del niñito dios/papá Noel/Santa Klaus, los Reyes Magos o el ratón Pérez atravesamos un proceso vivencial en el cual creemos en esto que nos inculcan y que nos brinda cierta satisfacción (o no, porque salvo el ratón Pérez para el resto hay que portarse bien para recibir el regalo) para luego experimentar la fase de desengaños al descubrir que eran puro cuento.

  No tiene porqué ser el fin del mundo descubrir que son los padres. Sin embargo, para un niño ese desengaño es tan fuerte como descubrir que no existe un dios o un salvador o cualquier otra mitología. 

  Además del proceso de aprendizajes que, en su tensión dialéctica, contrastando creencias y realidades nos permite crecer como personas, podemos aprovechar esa vivencia para distinguir lo que genera el someternos a una creencia y lo que obtenemos al desengañarnos de ella.

  Entonces, tampoco tiene porqué ser el fin del mundo descubrir que vivimos cierto tiempo con ciertas ideas o creencias equivocadas. O incluso asumir que no podemos saber a ciencia cierta muchas cosas.

  Recuerdo a un amigo (Mauri "Yoski" siempre presente) que me enseñó que en las discusiones o debates siempre hay que darle una salida al otro, porque al parecer el reconocerse en tamaño desengaño le es intolerable. Lo acepté de buen grado, confieso, pues no busco ni dañar a nadie ni mucho menos atormentarlo. 

  Hasta que hoy recordé estos cuentitos inocentes que nos hicieron creer de niños, y cómo nos teníamos que portar bien sino no había regalo y discutir con un viejo vecino que nos decía que eran los padres y las frustraciones porque rara vez recibíamos lo que pedíamos. Para luego verme obligado a reconocer la verdad, que al final el viejo no nos mentía y que todo era una "mentira piadosa". Como si por padecerla todos los niños de familias creyentes doliera menos. Pero que a esa altura ya había ido entendiendo otras cosas de la vida más importantes y al cabo ya ni dolía ese desengaño. 

  Quizás debamos aprender de ese púber/adolescente a cómo lidiar con nuestras creencias para así en un futuro poder reírnos como cuando evocamos esos recuerdos infantiles.

Fuentes citadas: 

 https://www.youtube.com/watch?v=2aUDe8RUPo0

 https://lacolifata.com.ar/

 https://www.cultura.gob.ar/mujeres-de-la-filosofia-del-olvido-a-la-reivindicacion-historica-8794/

 

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