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Cambiemos el mundo, ¿cambiemos la educación?

de la antropóloga Noemi Paymal.
Sigo insistiendo en que las propuestas innovadoras suenan muy bien pero terminan aportando poco. Aquí hay una teoría bastante descabellada en el punto acerca de las virtudes de los niños, una visión en extremo positiva que sobreestima su capacidad. Es cierto que un niño tiene un potencial enorme, pero también es cierto que a menos que pretendamos generar seres extraordinarios pero a la vez parias sociales debemos inculcarles una formación básica con contenidos elementales que sean útiles para manejarse en la sociedad. Eso también es educación emocional, no es simple desafío intelectual, sino ignoramos lo que siente un analfabeto, alguien de otra cultura o alguien que simplemente no sabe matemáticas básicas. Estos contenidos deben ser definidos en función de su aplicación en sociedad, es decir, su valor corresponde al grado de interacción posible que me brindan con el resto de la sociedad. También considero importante la formación básica destinada a desarrollar al individuo como persona, creo que ese es el aporte más importante para hacer en la educación básica. Pero no veo ni por asomo los alumnos que dice esta señora. Al contrario, creo que los niños de la actualidad simplemente desarrollaron más otras habilidades en lugar de las que desarrollamos nosotros, entonces no pueden ser ni mejores ni peores sino DIFERENTES. Siempre cuento la anécdota de cómo mi generación, bisagra, la primera que vivió la revolución tecnológica de la PC e Internet se supo (y se sabe) valer mucho mejor que la siguiente que nació en medio de esa revolución. Esto es porque fuimos formados con herramientas cognitivas propias de la anterior generación y preparado luego para adaptarse a los profundos cambios que traía consigo dicha revolución. Lamentablemente hay una visión generalizada demasiado positiva acerca de la tecnología y esta se ha extendido a la ciencia. Una falacia monumental que falla desde la base: creer que el manejo de tecnologías complejas desarrolla personas más evolucionadas. Es tan grave porque es exactamente al revés. La verdadera dependencia tecnológica es la necesidad de esta última por sobre nuestras propias capacidades, por lo cual nos lleva indefectiblemente a un retroceso. Es a lo que estamos asistiendo: una generación que hoy tiene una expectativa de vida menor que la de sus padres, a la que le cuesta generar vínculos afectivos dada su inexperiencia temprana por pasar mayor tiempo interactuando con tecnología en vez de personas y a la que, por lo tanto, todo le va a costar el doble o más que a nosotros. Los resultados hablan por sí mismos y son el resultado de nuestro sistema de vida contemporáneo. Pero además de plantear estos argumentos generales, puedo atacarlo aún mejor cuando me centro en lo específico: las tecnologías que dominan las nuevas generaciones. Son multimediales, multitarea, instantáneas. Las redes sociales proponen un modo de interacción más horizontal y más personalizado. Los teléfonos móviles les permiten estar conectados todo el tiempo, le orotgan un carácter de simultaneidad. Resumiendo, para no explayarme ms en ejemplos, las características que se le aducen a los niños en realidad provienen de las tecnologías con las cuales ellos interactúan. Lo cual no deja de parecer sorprendente, pero si pensamos por un momento que de pequeños tienen una mejor receptividad, nuestro cerebro actúa como una esponja absorbiendo conocimiento suena hasta lógico.
Ahora, si pensamos el grado lúdico al cual se deben enfrentar, nos vamos a llevar una gran sorpresa, pues se trata de tecnologías pensadas para brindar la mayor accesibilidad posible, incluso hasta un niño. En pocas palabras, tan temprano como pudieron adaptarse a la interacción propuesta por la tecnología, cesa el desafío y aparece el entretenimiento. Rescato entonces el interés por lo lúdico, por el desafío, pero justamente las nuevas tecnologías son de los peores lugares donde encontrarlo. ¿Cómo se explica sino que un juego como el Diamond Crash sea el más popular en este ámbito? Se trata justamente de un ejemplo de la "vieja escuela", pero mejor puedo citar la atracción de muchos chicos hacia juegos clásicos como las damas o el ajedrez. Si se fijan en los juegos populares de video, van a ver que cada uno representa una versión diferente de la misma base violenta de acción en primera persona. Cada vez tratan de parecer más reales, no hay duda de ello. Y están consiguiéndolo. Tal es el punto que a muchos de estos "geniecillos" los han contratado los servicios de inteligencia para comandar drones militares. Nuevamente, un ejemplo extremo acerca de la necesidad de inculcar valores, necesidad de formación básica.
Ahora bien, ¿qué se contrapone a esto? Digo, pues, si tanta tecnología abocada a brindar una experiencia cada vez más real nos embota los sentidos, nos aletarga mentalmente y sentimentalmente al punto de reducir nuestro comportamiento a poco más de un autómata, ¿qué propuestas podemos ofrecer que en verdad incentiven el desarrollo de nuestros niños?
Tal como lo vengo planteando, todo desafío lúdico, mientras menos sofisticado pero más difícil sea, tanto más colaborará con el desarrollo pues obligará al niño a salir de su zona de confort, como vemos básicamente el aprendizaje comparte la escencia más allá de la edad en la cual lo realicemos.
Pongo por ejemplo algo tan simple como interpretar una historia. La tecnología nos puede recrear todo el mundo propuesto por esa historia de una forma admirable, al menos en el ámbito audiovisual. Esto sin dudas le coharta la posibilidad de imaginar él mismo todo ese mundo, sus personajes, situarlos en un determinado lugar, relacionarlos con personas o personajes conocidos, etc. La forma más desafiante, sin lugar a dudas, es a través del relato oral. Porque además de las dificultades mencionadas interviene otro factor, el tiempo, en la forma de la imposición de un ritmo de narración. Si me detengo demasiado imaginando algún fragmento de la historia, pierdo el hilo y ya no puedo seguirla, o la interpreto recortada. Una tecnología que facilita esto es el registro, si grabo la narración puedo luego volverla a escuchar; si la "desgrabo" (la escribo) puedo leerla y releerla. Como podemos ver, disminuimos la dificultad en un aspecto, pero lo aumentamos en otro: ahora no tenemos un registro de lo gestual, que a veces no necesita de palabras y resulta mucho más efectivo. Aparece la posibilidad de múltiples interpretaciones muy diversas a partir de la mirada de cada lector, o mejor dicho, de la forma particular de percibir de cada uno. Si además acompaño el relato con gráficos, vuelvo a disminuir la dificultad. Si además le otorgo movimiento, disminuyo mucho más la dificultad. Y así podríamos seguir, el límite lo impone la tecnología disponible.
Por eso propongo una verdadera revisión del aprendizaje, una que contemple también los métodos tan denostados en la actualidad, como el de la escucha en silencio (todo un desafío para estos tiempos tan locuaces) el de la repetición y las rutinas, el de la lectura y del cálculo, el de la motricidad y la creatividad (ambas totalmente denostadas en los últimos cambios de currícula y tan necesarios) a la par de las nuevas habilidades para determinar nuevamente cuáles son las más adecuadas para los niños y para cada momento de su vida.
De mi experiencia docente rescato como cambio obligatorio el formato de cohortes por año de nacimiento en cada curso, es algo que en la práctica no funciona pues cada uno se ha desarrollado de forma diferente en cada ámbito y necesita seguir su propio ritmo, sin importar demasiado la edad (con los límites que imponga la conviencia de diferentes edades), pues sabemos de sobra que siempre estamos en edad de aprender.

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